Hace rato que no aparezco por el blog. Estoy en Cipolletti, en mi casa, disfrutando de un invierno típico del valle alto. Cuando uno llega en el colectivo no se puede mirar por la ventana, porque a la madrugada hace tanto frío que aunque se frote el vidrio con la manga, la oscuridad y las gotas vuelven a empañar toda panorámica, y sólo se puede distinguir el lugar que se visita cuando se lo pisa.
Llegué y me paré en una esquina, a las ocho de la mañana. El cielo completamente nublado, los árboles no pelados sino muertos (acá los árboles no se pelan: se mueren y resucitan, indefinidamente) y la gente tapada hasta los agujeros de la nariz. Me dije que todo estaba como siempre, sin el miedo del paso del tiempo o el aumento de la distancia, que, me parece, es lo mismo. Todo acá está tan desolador como a mí me gusta.
Desde que llegué pienso sólo en películas. Ayer pude alquilar una que se llama Everything is Illuminated, dirigida por un hombre de apellido extraño, y protagonizada por dos personas que están a los costados de Elijah Wood (el chico no está nada mal, de cualquier modo). Esto da origen al título de la distancia: los fenómenos de acercarse o alejarse, de sentirse dentro o fuera.
Hay películas que nos acercan a la pantalla.
Películas que te van metiendo adentro, en situación de silencio, y media sonrisa.
Recuerdo que me haya pasado con Interiores, de W. Allen; Lost in Traslation, de S. Cóppola; The Aquatic Life, de W. Anderson; Broken Flowers, de Jarmush.
Esta película que vi ayer me empujó para adentro, y la recomiendo. Tiene los brotes de obsesión y simetría necesarios para que varios se sientan a gusto. Tiene a un viejo que dice ser ciego y es chofer del negocio de la familia. Tiene campos inmodificables. Anteojos y objetos coleccionables, una perra desquiciada, música de la sangre de Kusturica y los ojos, unos pedacitos de ojos, que carga el viejo de la foto. Ese viejo.
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