27.2.07

La guardia bien alta

http://tigreharapiento.blogspot.com/2007/03/la-mirada-del-tigre.html

Porque yo también la vi. Porque al Tigre lo quiero. Y porque hay que ser conciente del ruido latoso de la campana, cada mañana, para tratar de buscar esa paz con uno mismo, es que me arrodillo ante este manifiesto de vida que se encuentra clickeando en el link. Oyola auténtico.

"Somos la explosión latina"


¿Raúl Castells? ¿Carucha Muller? ¿El abominable hombre de las nieves? No. Gustavo "Me emprolijé un poco para la ceremonia" Santaolalla, al que acaban de regalarle su segundo Oscar consecutivo, tocando por segunda vez una guitarrita pedorra, lenta, melosa, como en el patio de su casa, para tomarle el pelo a la tradición de bandas sonoras de Hollywood, a los que laburan en serio. Capaz que al tercero lo "gane" con un charango.

23.2.07

A ver si alguno se interesa

Estaba pensando algo, y se me ocurrió ponerlo acá casi como una prueba copiloto, para ver si a alguien le interesa. Estaba pensando en ese cuento que a todos, en algún momento, nos marcó un antes y un después en la lectura del género. Creo que todos los lectores de cuentos deben tener, como me pasa a mí, un texto que nunca podrán olvidar, no tanto por una cuestión crítica levemente objetiva, ni por elección de uno entre tantos, sino por un estado personal, por una condición íntima que cada uno lleva consigo mismo.
Es verdad que elegir un cuento entre todos los que más gustaron es prácticamente imposible, pero la consigna es la siguiente: me gustaría, si alguien entra a este blog choto de la oveja, que dejen en los comentarios el título y el autor del cuento que más les haya volado los sesos... ése que no pueden olvidar aunque quieran. Ése que le mostró el propio quiebre.
Empiezo: mi elección es Irlandeses detrás de un gato, de Rodolfo Walsh.

20.2.07

Atardecer

Cada vez que decimos algo, nos reímos. Y cuando nos reímos, María me da un beso. Un piquito. Yo estoy del lado de la ventanilla. En ese instante en que ella me besa, veo a la señora, del otro lado del pasillo, que me mira y se lame los labios.
La señora es asquerosa.
María después mira La Aldea. La película. Yo, en la ventana, paso frente a una casa donde un hombre sin piernas mira caer el sol sobre una silla de madera. Alguien allí lo puso; es evidente que no se subió solo. Por lo tanto, alguien, probablemente su señora, lo apoyó sobre esa silla para que mire una vez más –estoy seguro, por la ciudad y por la casa, que hace muchos años de todo esto– el sol oblicuo.
Ese hombre con torso, brazos y cabeza, que alguien colocó una tarde más en esa silla, o que quizás fue plantado hace años en ese rectángulo de madera y hoy sólo cumple el papel de fruto, también me miró, un segundo, como quien mira al sol. Igual que la señora del otro lado del pasillo, pero sin lamerse y desde afuera.
Capaz que tampoco tenía lengua.

Sentido de conjunto

“En el subte y en el tren puedo leer. Pero en auto y en colectivo no. En catamarán sí. En bicicleta por supuesto que no. En globo nunca probé, pero en zeppelin sí. En Ala Delta no. En el ascensor un poco. El tema es que mis cosas no las puedo leer en ningún lado. No importa si parado o en movimiento, o encima de alguien, pero no logro encontrarle al producto el ‘sentido de conjunto’, ¿se entiende? Puedo leer parte por parte y fijarme si cada una de las oraciones está bien, si hay palabras sueltas que se pueden quitar; escondo o muestro las comas en los lugares donde mejor suenan o se ocultan, y a la hora de ver todo, el paquetito terminado, prácticamente imposible. No puedo. Las oraciones, eso sí, son hermosas.”

14.2.07

Equilibrio

Siempre me pregunté
si a los que les faltan las piernas
también les falta la pija
si a los que nos falta plata
también nos sobra lengua
si a los que les sobra pija
como para darle de parado
en algún momento les faltan piernas
si a los que les sobra plata y lengua
les hace falta una buena pija

yo creo que a todos nos haría bien
un poquito de cada cosa

Viajar/1

¿Por qué la cara cambia cuando se llega a un lugar chico?
no, no se puede vivir ahí
sí, seguro me moriría
pasan los yuyos, batallón ondulante
que espera órdenes para ser arrasado
y también hay personas que viven,
caminan
saber si sienten o si no sienten
como se mira a un tuerto
a un hombre con un ojo de vidrio
porque si la cara cambia
el ridículo es el incrédulo
sin darse cuenta que se está moviendo
y los otros, los quietos, lo miran moverse

los pueblos se terminan rápido
pero sólo ellos
sólo los pueblos

13.2.07

Recomendación


Joven argentino: si eres devoto de películas absurdas con buenos diálogos, no pierdas más tiempo: Nacho Libre es una de las mejores comedias que se han hecho en los últimos años. Y me atrevo a más: el personaje de Stanley (Esqueleto), es el mejor papel de reparto cómico que he visto en mi vida.

Una larga y triste noche

Como si Ricardo Romero lo hubiese pedido por encargo, puedo decir que esta madrugada tuve un muy largo sueño en el que lloré como un marrano. La madrugada del martes 13 me encontró soñando en mi nueva cama de dos plazas, con la espalda dura por la tensión y la cara cruzada con rebordes y líneas.
Esta madrugada soñé que mi novia me engañaba en mi propia casa con un amigazo de la primaria, Alexis Nicolás Torres. Ella me lo confesaba mientras yo intentaba poner a funcionar un casette en la casetera de la bolita Philips. Al presionar el botón que abre la mini compuerta, sentí que todo comenzaba a perder su sentido, y mientras ella confesaba el hecho yo veía salir de la bolita musiquera chorros y chorros de agua, como en una catarata a escala. Inmediatamente ella cambiaba el tono de su relato y también aclaraba que, durante su estadía con Alexis Nicolás, se habían mandado una cagada con el aparato y se les había llenado de agua.
Intenté abrir la puertita donde se colocan los cd's. Parecía una lagunita de minúsculos sapos; el láser necesario para que suenen los discos brillaba al fondo de esa lagunita como el lomo de un pejerrey durante una tarde de pesca.
Mi novia, entonces, me engañó toda la noche, y desde aquí, desde el trabajo, con la espalda todavía dañada, sólo se me ocurre una cosa que agregar: cómo cansa llorar en los sueños. Por favor.

6.2.07

Las respuestas de mi amada

-María... ¿te diste cuenta que vos sos mi mejor musa poética?

-Por supuesto. Cuando no escribís para mí, o cerca de mí, escribís cagadas.

Ese llamado

Dos noches antes había escrito unas últimas palabras en mi cuaderno, antes de salir para Córdoba. Después de haber escrito durante cuarenta días en ese cuaderno, poemitas, pensamientos, tonteras, me salió un último párrafo, poco tiempo antes de irme. Decía: “En unas 18 horas me vuelvo a ir de casa. Mañana a la noche mi madre pasará por esta puerta y su manito hará fuerza contra el marco. Mi hermano se quedará dormido en el sillón del living, con alguna película clase Z de fondo. Mi perro se rascará en la cocina y golpeará sin querer la madera de la puerta, pero no me despertará, porque ya no voy a estar acá, porque voy a estar en la otra pieza en la que me toca dormir, pensando en ésta, y esos cardos que voy a ver rodando”.
18 horas después subí al colectivo, en medio de un atardecer fucsia que siempre me despide del sur. Abracé a mi familia y de nuevo tuve que repasar los álamos y el rocío como si fuera un visitante, como si después de cuarenta días allá todo volviera a ser un sueño, a veces mal soñado, a veces parecido a lo real.
Cuando llegué a Córdoba no dejé de estar adormecido. Me junté con los míos pero todo el día evité el departamento, y también el centro, para no tener que darme la razón por lo que había escrito en la pieza de Cipolletti. Aguanté hasta las dos de la mañana, borracho, pero a la hora de entrar, de poner la llavecita en la primera puerta del edificio, recibí el llamado. Vibró el celular y hablé: hablé con cada uno y con todos, como si hubiesen sabido que, sobre la hora, yo tenía que ser rescatado de algo que no tenía forma: hablé con Levín, el Tigre, Loyds, Richard y Funes; todos me saludaron a los gritos, también borrachos. De fondo escuché el trote de los colectivos y otras risas, repetidas hasta el cansancio. Cada uno me hizo saber que los cuarenta días en mi casa, en la estepa, que casualmente comenzaron junto a ellos, no fueron de mentira, sino que fueron palpables, que entre todos funcionamos como una maquinaria letal y perfecta, junto al sol, al calor, a las noches frescas. Levín Oyola Loyds Richard y Funes se reunieron el 30 de enero para recordar el 30 del diciembre pasado; recordar lo que hicimos con los Villancicos. Los chicos se reunieron, paradójicamente, un 30 de diciembre para festejar lo que fue ese rocanrol divino, entre todos, y yo recibí el llamado en la puerta del edificio, a las dos de la mañana, si entender qué hacía ahí, qué me había arrancado del sur, sin entender lo que nunca entendí cada vez que dejé mi lugar por otro.
La noche que llegué a Córdoba fueron los porteños los que me agarraron de las mechas y me llevaron, un ratito, a mi tierra. Con sus voces, cagándose de risa, diciendo todo lo que nos queremos, como amigos bien nuevos que somos pero con todo un pasado en común, que llevamos dentro, y que pusimos arriba de la mesa en una sola noche. Ahora sí les voy a decir gracias, a todos, por ese llamado. Por llevarme al sur con el saludo. Ese sur en donde tuve la innegociable suerte de crecer, y donde ellos compartieron el milagro de sentir la desolación de la chatura en el centro del pecho.
Desde aquí voy a brindar por todos ustedes. Cuanto sea necesario.