13.7.13

Para qué acelerar si las plantas viven tranquilas

Queridos amigos, he venido a comunicarles que, pese a los deseos del clima de época, pese a los deseos o a las rutinas del cuerpo social colectivo, este sitio no está abandonado, no será abandonado en el corto plazo, no ha sido abandonado en la mente del administrador, y seguirá sobreviviendo a la fiebre de la superación de los formatos de publicación digital cuanto sea necesario. Como ustedes bien saben, el formato blog hoy se encuentra contenido dentro de ese concepto tan lúcido que el escritor español Vila-Matas enunció como "innovación anacrónica"; concepto que me produce sonrisas y una buena excusa para seguir ejerciendo una de mis tantas terquedades inútiles. Por esta razón, suscribo este, mi espacio, dentro de los soldados de la innovación anacrónica para asegurarles, con absoluta convicción, que pronto esta oveja silenciada volverá a ostentar publicaciones con su periodicidad habitual y con su también habitual régimen de estupideces muchas veces incomprensibles. Ponte una oveja no morirá a manos de su dueño, sepan eso. Hemos recorrido un largo camino como para sucumbir ante la mierda que quieren los otros. Así que brindemos por esto (el blog y quien les habla, por lo pronto), y sigamos mirando ese punto fijo y negro al que se dirige el destino de la percepción humana, y por supuesto el destino de la inteligencia. Han sucedido muchísimas cosas en estos últimos meses de merma en las publicaciones. Me he ganado una beca posdoctoral para seguir investigando la obra de Daniel Moyano en Francia. Me he quedado sin sueldo. He seguido alimentando la esperanza, mi verdadero alimento. Y todo seguirá así, como siempre en la vida, inclinando a veces la panza hacia el sector del sinsentido, inclinando luego esa misma panza hacia el sector del sol, de la sensación de futuro. 
Sigo teniendo una sensación de futuro a prueba de metralletas. Siento que mi trabajo con el lenguaje sigue mejorando, y por tanto que se vienen buenas páginas por delante, aunque todavía no pueda soltarlas, y aunque luego no gusten a nadie. Sigo sintiendo el placer de la escritura contenida, de las cosas que estoy por terminar; sé perfectamente que estoy postergando el final de dos novelas, pero sé también que se acerca el momento. Esto produce, como siempre, ansiedad y angustia, pero también rubrica una certeza a la que hoy pocos le ponen la firma: la certeza de que, dadas las circunstancias, lo mejor que puede dejar la literatura al mundo, hoy, es el egoísmo. El egoísmo como forma de humildad. 
El placer ha quedado restringido a la soledad, al golpeteo de teclas o a los firuletes de la pluma, desde uno a uno mismo. Y nada más. Pocas cosas que siguen a ese ejercicio primigenio han dejado de soltar una fragancia amable. 
Desde lejos, utilizaré este espacio para comunicar vicisitudes de la vida cotidiana; lo utilizaré más que ese hermano tonto y alegre que le ha nacido al blog, el nunca mal ponderado Facebook. Y ahora me despido, luego de respirar hondo. 
Repito: sigo teniendo una sensación de futuro a prueba de metralletas. Las cosas se siguen desenvolviendo; mis cosas, ergo, también. Va a estar todo bien. Este camino es largo, sé que tendré que hacer muchos esfuerzos y soportar la no-respuesta de preguntas importantes, pero va a estar todo bien, porque tengo ganas de amar. 
Así que ahora, como bien dijo alguna vez Fabián Casas, saludémonos, pongámonos los sacos, y salgamos a la calle bajo el abrigo de la psicología.