Enrique P. es uno de los grandes demógrafos que trabajan en la ciudad. Dedica su línea de investigación a los estudios de población, y más estrictamente al envejecimiento. Hace unos días, después de charlar un rato sobre Talleres (¿existirá?), le propuse un juego que él bien conoce: proyectar un panorama a futuro. Le dije: quiero escribir sobre esta ciudad de acá a 50 años, y necesito datos con sustento, no quiero apelar exclusivamente a la imaginación. Entonces sonrió y habló de los viejos. Con un puñado de términos técnicos me explicó que, siguiendo la tendencia mundial, Córdoba no sólo no va a aumentar mucho su población, sino que acogerá, como otras ciudades, a una mayor cantidad de viejos. Enrique me mostró un futuro en el que la gente adulta y anciana será el paisaje, interrumpido a medias por una fuerza juvenil que se mantendrá pujante en aquellos puntos donde el sistema así lo requiera. Una ciudad de tres círculos, llena de estudiantes importados en su núcleo, dominada por los viejos en el grueso medio del territorio y rodeada, en su periferia, por los jóvenes que menos tienen y menos tendrán, siempre ajenos a lo otro. Una periferia joven que seguirá vigente por el solo hecho de poblar los sitios donde se observa el mayor índice de fecundidad.
La proyección sugiere un pequeño alivio en las demandas al sistema educativo (una oportunidad), y una presión cada vez mayor al sistema de salud, al previsional y al régimen de viviendas. ¿Para qué, entonces, hablar aquí de los colectivos, los baches o la energía si la sombra crece hacia los hospitales públicos, la codicia inmobiliaria o el déficit de la caja jubilatoria? Si la ciudad se sincera, es posible que la Nueva Córdoba quede envuelta por un muro, una tapia que la separe en vigor y energía de la Vieja Córdoba. Y probablemente la Vieja, el segundo círculo, pugne por construir una zanja bien profunda cerca de la circunvalación que distinga nítidamente lo que hace tiempo quiere ajeno, es decir, lo que seguirá siendo expulsado más allá de la coyuntura.
Quizás mejore, pese a las costuras concéntricas, el movimiento. Quizás, lo único que conecte a la Nueva Córdoba con la vieja ciudad, por debajo del muro, sea el subte (siempre y cuando los desechos no detonen y los edificios no se hundan hasta mezclarse con los vagones). Y naturalmente no habrá un exceso de autos por dentro del muro: quedarán, como hoy pedimos, afuera. Pero tampoco los habrá en el círculo grande y viejo, porque estará abarrotado de adultos y ancianos manifestándose de a pie. Estarán, sí, lejos de la zanja. Habrá embotellamientos en los pueblos que hoy disfrutamos y anhelamos como refugios de mundo. Será difícil estacionar en Agua de Oro y fácil chocar en Cuesta Blanca. Y las montañas, y nuestro pozo, y nosotros, seguiremos reproduciendo la ansiedad avasallante en esto que hemos dado en llamar la conexión total, o el progreso, o el falso registro del paso del tiempo.
La proyección sugiere un pequeño alivio en las demandas al sistema educativo (una oportunidad), y una presión cada vez mayor al sistema de salud, al previsional y al régimen de viviendas. ¿Para qué, entonces, hablar aquí de los colectivos, los baches o la energía si la sombra crece hacia los hospitales públicos, la codicia inmobiliaria o el déficit de la caja jubilatoria? Si la ciudad se sincera, es posible que la Nueva Córdoba quede envuelta por un muro, una tapia que la separe en vigor y energía de la Vieja Córdoba. Y probablemente la Vieja, el segundo círculo, pugne por construir una zanja bien profunda cerca de la circunvalación que distinga nítidamente lo que hace tiempo quiere ajeno, es decir, lo que seguirá siendo expulsado más allá de la coyuntura.
Quizás mejore, pese a las costuras concéntricas, el movimiento. Quizás, lo único que conecte a la Nueva Córdoba con la vieja ciudad, por debajo del muro, sea el subte (siempre y cuando los desechos no detonen y los edificios no se hundan hasta mezclarse con los vagones). Y naturalmente no habrá un exceso de autos por dentro del muro: quedarán, como hoy pedimos, afuera. Pero tampoco los habrá en el círculo grande y viejo, porque estará abarrotado de adultos y ancianos manifestándose de a pie. Estarán, sí, lejos de la zanja. Habrá embotellamientos en los pueblos que hoy disfrutamos y anhelamos como refugios de mundo. Será difícil estacionar en Agua de Oro y fácil chocar en Cuesta Blanca. Y las montañas, y nuestro pozo, y nosotros, seguiremos reproduciendo la ansiedad avasallante en esto que hemos dado en llamar la conexión total, o el progreso, o el falso registro del paso del tiempo.
(Texto que salió en la sección Contracara del último número de Ciudad X, dedicada a lo que vendrá de aquí a cincuenta años)
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