Tomá Luis, mañana es navidad: y para que lo puedas disfrutar con tu familia mandamos en la tapa de nuestro diario amarillo, popular, llamado Muy, la noticia de que estás enfermo de cáncer. La gente quiere saber todo y por eso también te ponemos de guardia un fotógrafo en la puerta de tu casa hasta que salgas y podamos tener tu foto para la revista Caras. En las peluquerías, en las oficinas y en los consultorios, muchas personas, mientras esperan y medran, se enteran de que una persona está enferma. Sin duda nuestra sociedad está desquiciada y en algún momento vamos a tener que volver a la vida privada. Por ahora, a toda máquina, lo que subsiste es el experimento de gente encerrada, filmada las 24 horas para poder tener cierto espesor, cierta ontología. Pero no hay música, no hay lenguaje, no hay nadie en la casa del ser.
Hace unos meses un productor de un noticiero me llamó para preguntarme si yo sabía que Spinetta estaba enfermo. Le dije que no entendía cuál era la necesidad de dar esa noticia. Se quedó callado y después me dijo que no iba a decir nada, que me quedara tranquilo. Y así lo hizo. La gente está enferma, la gente está sana, la gente resucita, se convierte en ondas de radio, muta en energía como en un proceso alquímico, etc. Existe toda una estética de la desaparición. Pero se me ocurren muchas cosas más importantes para escribir sobre Spinetta que la verificación de estos ciclos. Por ejemplo, Juan Zuanich, un querido amigo compañero del diario Olé. Estamos una tarde, recién conocidos, sentados en un bar de la esquina del diario. Y él me pregunta si me gusta Spinetta. Le digo que sí, mucho. Me dice: con razón me caías tan bien. Zuanich, al igual que Adorno, tenía una teoría estética: las personas se dividían entre las que les gustaba El Flaco y las que no. Secretamente, yo practicaba lo mismo. Cuando conocí a Guadalupe, mi mujer, ella era muy joven y me llamó la atención que le gustara Spinetta. Eso la puso en un podio. Por supuesto que esta medida de tanteo es harto caprichosa (pienso en un montón de gente amiga a la que Spinetta no le gusta nada) pero para mí encierra una verdad. Kurt Vonnegut escribió que la música es la prueba de la existencia de Dios. Y escuchando a Spinetta, en mi pieza, desde muy chico, yo experimenté esa presencia real entre mi ego y la vida cotidiana. Spinetta, en sus letras, decía palabras que nadie usaba. Crecí escuchando su voz y admirando su cara, tan increíblemente parecida a su música.
Una amiga fotógrafa, Susi, tenía una foto de Luis en la entrada de su casa: me acuerdo que me quedé de piedra cuando la vi: Spinetta era el hombre más hermoso del mundo. Una belleza nada convencional, simplemente los genes siguiendo las órdenes para construir un instrumento musical. Aún hoy, leyendo el comunicado que se vio obligado a escribir para explicar su situación, cuando leo que dice “no panikeen” se me llenan los ojos de lagrimas. Eso para mí es la fuerza Spinetta. Poder usar una palabra de una jerga tan juvenil y sonar perfecto, sonar como si el lenguaje se viera obligado a tener que decir de otra manera, superando sus limitaciones que tanto estudió Ferdinand de Saussure. “Antes del tiempo era todo azul, leve de suspensión”, escribió Spinetta en una canción extraordinaria de invisible. En eso estamos Luis.
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