Estoy con mucho trabajo. No vengo a pelotudear acá por eso mismo. Hay varias cosas que me gustaría escribir, quizás alguna después aparezca: todavía no conecté el calefactor a la pared, hace poco que tengo nueva casa. Esto puede llegar a convertirse en un problema, si llegara a acechar una nueva ola polar. Sí arreglé el calefón, eso es un verdadero alivio. He podido bañarme en paz, sin tener que salir cagando de la ducha porque se pone fría. Ha llegado, también, hace un tiempo, el timbre para la bicicleta que compré directamente a China, gracias al consejo de mi amigo Pitbull Andrada. Llegó intacto. Un dólar con noventa. Tiene detalles de terminación naturales, propios de los productos chinescos, pero anda. Tiene, debo decirlo, un sonido bastante opaco. Chino también, el sonido. Pero anda. Llegó en un sobre al trabajo. El sobre tenía estampillas y anotaciones en chino. La secretaria de la oficina, Celeste, me escribió un mail para que me acercara a su escritorio porque había llegado "un paquete sospechoso". Sí, un timbre, le dije. En ese momento se le iluminaron los ojos. Ella es una suerte de compradora bola de nieve: compra lo que los otros se compran, en una cadena que parece no terminar jamás. Por ejemplo: entré una mañana a la oficina y le dije que tenía una juguera nueva. Celeste tardó menos de quince días en encontrar una juguera idéntica, a menos de la mitad de lo que vale. La compró, me dijo que hizo un jugo y después ya no supo más que hacer. Entonces volví a entrar, tiempo después, para decirle que me había comprado una bicicleta plegable. Ahora espero novedades. El gran Marcelo Barchi estuvo surfeando en Brasil, y trajo una nueva técnica de copiado de fotografías. Es maravillosa. Hemos renovado el laboratorio de fotos, con esta nueva información. Cada vez sale mejor la cosa. Estamos sacando buenas fotos, y además estamos adquiriendo una muñeca interesante para copiarlas. Acá mismo estoy levantando la vista y mirando la última que hice, con al nueva técnica. Creo que podría integrar algún libro de fotos del mundo, no se cuál, uno tranca, medio pelo, pero podría estar ahí. Hay mucho por hacer. Marcelo volvió a pintar, e intuyo que para la segunda mitad del año se va a despachar con algo groso. También intuyo que para la segunda mitad del año podré terminar los escritos que tengo empezados. Por ahora, sólo trabajo y para despejar, fulbo y laboratorio. Estoy muy ansioso, casi no he registrado esta primera mitad del año, pero estoy bien igual. Estuve en Chile. Flasheé con Valparaíso. Qué ciudad preciosa, decadente, empinada. Una verdadera maravilla. Volveré, a estar y a sacar fotos. Saqué un par que se defienden. Perdí otras, por no estar atento arriba del auto: por ejemplo: una ventana de una casa. La ventana bastante ajada. Detrás, formando parte de una mitad de reflejo de otra cosa, un hombre en cueros, con una toalla chica colgando de un hombro, se afeita usando esos reflejos de la ventana como espejo. Delante, en el fragmento de tierra entre la vereda y la casa, un pequeño mástil: sí, un mástil pequeño, con una bandera chilena izada. Todo eso hubiese formado parte del encuadre. Y cuando lo vi, el gesto era la fotografía: esa es una de las maravillas de sacar fotos, cuando uno, ya medio acostumbrado a mirar, encuentra la fotografía naciendo en el gesto, y recién después naciendo en el encuadre. Esas, por el niño Messi, esas son las fotos que quedan para siempre, las atemporales, las que darán que hablar. El gesto del hombre era así: la cabeza un poco inclinada hacia atrás, pero no por el hecho de inclinarse él, sino por el hecho de haber estirado el cuello. ¿Se entiende? Las comisuras caídas, para estirar los cachetes. Y una mano ayudando a estirar todo, haciendo presión desde la pera, y la otra con la Track haciendo lo suyo. Perdí esa foto. Algo, sin embargo, me tranquiliza: la memoria. Ahora escribo esa foto y la estoy mirando. Pero la memoria durará menos que la estampa, si hubiera logrado gatillar. Algo, sin embargo, me tranquiliza: cuando pasa eso, quiere decir que la pulsión se ensancha. Hay tantas otras fotos ahí, esperando en el aire. Tantas como minutos restan.
Pronto intentaré escanear las fotos en blanco y negro para mostrarlas en el Flickr. Una de las que sí saqué, tiene un valor especial, que desarrollaré luego, cuando afloje un poco el laburo. En una de esas fotos estoy posando al lado de Pedro Lemebel. Ésa la sacó mi viejo. Estuvimos con Lemebel, en su casa, charlando un rato. Una semana antes de que lo operaran de su cáncer de laringe. Pero esto es importante, prefiero contarlo después.
Finalmente, una idea: se me apareció una idea. Tiene que ver con el laboratorio de fotos, también. Y es para practicarla y luego para escribirla. No pienso contarlo acá, porque de contarlo estaría abandonando esta conducta infantil y narcisista que implica decir "tengo una idea" y no decir más que eso. Esto es un parte, un monólogo gil, un nuevo post para este diario éxtimo que llevo a cabo desde hace tanto tiempo. Diario éxtimo. Qué bella palabra, googléenla. Googléenla. Cuando estén en medio de esa búsqueda, podrán escribir algo mejor en el Facebook, o en el Twitter: googleándola. Googleándola. Facebook y Twitter, reinos de los gerundios. Si la gilada supiera todo todo todo lo que ha aprendido escribiendo, en sus "estados", en: "lo que está pensando", tantos gerundios. Es tan perfecto, hostil y escurridizo el gerundio que se te mete como una sanguijuela en la mucosa: fíjense recién: "escribiendo", escribí, en medio de la burla. Facebook y Twitter: fábricas de gerundios. Estado de Rodrigo: "estudiando". Tuit de Gabi: "comiendo con las chicas". Estado de Nancy: "sacando los restos de comida del resumidero". Tuit de Blas: "cosiendo los agujeros de las medias". Estado de Tavo: "atando la bolsa de basura ya para sacarla". Tuit de Nilda: "raspando la asadera". Estado de Pitufina: "soplando la termocupla de mi Orbis". Tuit de Sanfilippo: "calentando la cera".
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