5.12.13

Transformers

Pensamiento de no-cordobés: una de las cosas más llamativas de cada episodio “histórico”, traumático, trágico o que simplemente excede el umbral de la “noticia común” (ese umbral que casi siempre es determinado por el “alcance” o la “trascendencia” a nivel nacional y continental, que por supuesto nada tiene que ver con la muerte de las personas) es el derrotero de reflexiones, ideas, conclusiones y lamentos que se producen sobre “lo cordobés”. Sobre la (id)entidad “Córdoba” (estoy usando muchas comillas porque Facebook no permite el uso de itálicas). Cada vez que una tragedia toma dimensiones que exceden los hilos de la provincia, brota en todo el abanico ideológico (todas las teclas del piano, todas: blancas y negras, desde la primera de la izquierda a la última de la derecha, o al revés) la necesidad de sacar conclusiones, una vez más, sobre lo cordobés, sobre Córdoba, sobre la concepción de mundo de los cordobeses, sobre la forma de vivir de cada cordobés, sobre el ethos cordobés, sobre el pathos cordobés, encerrando cualquier arista de análisis, cualquier dimensión del suceso, cualquier elemento (en el sentido más material del término) bajo la humanización concreta: Córdoba como una persona, formada por cada una de las personas. Córdoba tratada como un individuo que recoge la identidad del todo. Cada vez que un suceso trágico o nunca antes visto explota, y llega “más allá”, todos se sacan los pelos a través de opiniones y enojos y búsquedas por mostrar lo que no se ve, o condenando las injusticias, pero casi siempre bajo la misma lente: hablar de lo cordobés, de la tristeza que produce ver así a Córdoba, de la indignación que produce el hecho de que Córdoba se comporte como se comporta, ya sea a través de la especulación de sus trabajadores, o de la impunidad de sus delincuentes y gobernantes y fuerzas del orden, o de lo que carajo sea. Lo que nadie cambia es el grosor, la fantasía de la bolsa común (no es azarosa la elección de esta “imagen”, claro): un espacio que todos definen por igual, como si fuera un ser humano con sentimientos, una persona imperfecta, o perfecta, u orgullosa, o frágil, en fin: Córdoba como individuo. Casi todos buscando explicaciones desde ahí. Como si no estuviera claro que las cosas que se desnudan, en medio de semejantes teatros del absurdo, montados en pocas horas e intensos como el calor del verano, con sus redundancias y sus aporías a cuestas, son de corte estructural. Cada vez que se escarba, se llega a la perversión de un sistema (de procesos, mecanismos, rutinas, intereses, sectores dominantes, sectores dominados, y otras tantas dinámicas que, como dice el oxímoron preferido de mi amigo Casarin, desconocemos perfectamente) que viene rompiendo todo desde hace mucho mucho rato. Siempre se llega al núcleo estructural que subyace a cada explosión de estas magnitudes: eso es lo que los gobernantes no mencionan ni abordan, y lo que la cotidianeidad descarga con furia, minuto a minuto, sobre cada hombre y mujer de trabajo, de sueldo, de tierra, de especulación. Sobre cada familia desvalida u ostentosa. La cuestión estructural. 

Pero entre todas las quejas y denuncias que leí, estando lejos, sobre lo que pasó ayer y anteayer, y que siempre me llama la atención, es el aire que todos respiramos por igual, a lo largo de las ocho octavas del teclado ideológico: Córdoba tratada como persona. Igual que, llamativamente, hacen los medios de prensa con el “Mercado”, que siempre se pone nervioso y hace bajar o subir las acciones y tasas, o que pierde “confianza” o “seguridad” frente a alguna medida de gobierno. Casi todos los comentarios que pude leer remiten a la tristeza de ver a Córdoba así, a la resignación de entender que Córdoba es “esto”, o que Córdoba es “esto otro”, tan dispar. Y como no-cordobés, siempre me pregunté por qué. 

No estoy del todo seguro, porque no me dedico a investigar en la vereda del conflicto social como muchos de mis amigos, pero no sé si en otros sitios de la Argentina, igual de inmersos en la falla estructural que subyace a todo esto, tratan a sus provincias como una persona que les gusta, los enorgullece o les da vergüenza, y hacen de la suma de todas las almas y conciencias y responsabilidades de cada cerebro que vive allí un Transformer demencial que encierra absolutamente todo lo que remita a la identidad, como un espíritu universal (en su particularidad) que merece ser explicado con cada revuelta. No sé si los tucumanos, cada vez que se arman esos bardos de antología en Tucumán, se ponen así porque Tucumán no cumple las expectativas, o los requisitos de decencia, integridad y sensatez. No sé si los jujeños o salteños también se ponen así de tristes, y reniegan de sus provincias-humano. En Buenos Aires no pasa, seguro. En Neuquén tampoco. En Río Negro menos que en Neuquén, quizás porque, como todas las provincias patagónicas, son híbridas de origen. No sé cómo será en Santiago, en Entre Ríos o en Santa Fe: ¿esas provincias ponen tanto énfasis en definir, frente a cada episodio revelador del modo de vida perverso y general que nos recorre a todos, las cualidades o miserias del Transformer-paradigma que les hace mirar el mundo? Me gustaría saber si los santafesinos tienen esa misma épica venida a menos que se reproduce en muchas voces ridículas o hiperlúcidas de Córdoba, frente a “lo cordobés”, a la injerencia de la “persona Córdoba” en el mundo, más allá de que sea un punto más en el mapa del sistema, el mapa todo resquebrajado que, de verdad, parece en las últimas. ¿Por qué tanta insistencia en el Transformer? ¿Quién lo alimenta? Y ¿por qué todos los que lo conformamos, que incluso estamos en veredas opuestas, nos preocupamos tanto por las cualidades del Transformer? ¿Qué explica, en definitiva, el Transformer? ¿Qué necesita explicar? 

Me pregunto por qué veo esto, por qué lo siento también, me pregunto si es una percepción equivocada. Y cuando me hago las preguntas, me encuentro después con noticias como la que comparto aquí a continuación. Apenas unas horas después de semejante tierra de nadie vivida en la ciudad, que tuvo tanta “repercusión”, aparece en el medio de prensa paradigmático esta noticia que comparto. 


Cuando vuelve la calma que tan bien definió Demian Orosz, esto es lo que importa. Apenas horas después de semejante tierra de nadie, de un descontrol avasallante que se vivió en la ciudad que habitamos, esto es lo que el medio paradigmático (porque esa es la posta, el adjetivo verdadero) destaca en estas horas como INTERESANTE, según su misma rotulación. Todo muy trágico, muy desestabilizador, sí, pero esto es lo que importa. Muchas voces se han preguntado qué quedará de todo esto. Si “Córdoba”, después del caos, bailará en el cuartetódromo: ¿qué somos, entonces?. Si De la Sota, después de esto, sigue haciendo esa campaña en vano, insuficiente, que intenta desde el año 1999 y que seguirá intentando porque todavía no se dio cuenta que jamás podrá ser presidente, aunque termine por destruir a “nuestra Córdoba”, y sigue tirando bijouterie para tapar los negociados y los delitos que gestiona como funcionario de sus grupos económicos, ¿qué será de nosotros, de nuestro voto? Qué papelitos de aval le pondremos en los bolsillos al individuo Córdoba. Preguntas que se adhieren a todas las teclas del piano, las blancas y las negras, a izquierda y derecha, pero en el fondo, o mejor dicho, bien en la superficie que vemos cada cinco minutos con la compu, o en el papel todas las mañanas, lo que verdaderamente importa es lo que aparece en la noticia. Esto es lo que siempre discutimos lateralmente, o sea nunca. Nos quejamos del medio hegemónico, pero respetamos el paradigma. Miramos a través de lo que allí se dice, y de lo que replican en consecuencia los canales de televisión, dentro del mismo paradigma. Dentro del miedo, dentro del consumo de las discusiones entre “nación y Córdoba”, dentro de cada puto sintagma de cada puto discurso que De la Sota pone a rodar en estos medios. Tanto nos hemos burlado del cordobesismo, y el tipo (¿sólo él?) dio en la tecla. ¿Sólo De la Sota supo dar en la tecla justa, porque dio en todas las teclas? ¿Qué actores coinciden con la vehiculización de esa marca en el alma que une a todos? No lo podemos ver, porque al paradigma no se lo ve. La noción de cordobesismo nos puso el traje perfecto, porque, por noticias como ésta, da lo mismo si se lo critica o se lo ignora o se lo defiende: todas las teclas del piano creen, de fondo, en lo mismo. La personificación de Córdoba es para todos. Y ése es el paradigma, y el gran triunfo: la imposibilidad de ponerse a discutir qué es lo que realmente subyace a todo esto, en vez de ponerse a discutir la silueta del cordobesismo, quiénes dañan más al Transformer, cómo lo tenemos que reprogramar. Todos festejamos las sentencias contra Clarín: ¿para qué? El texto de Pablo Daniel Ramos es preciso: él saltó. Quiso soltar su bronca saltando por encima del robot. Pero no todos logramos hacerlo: esperamos la palabra del gobernador en conferencia de prensa como se espera un alimento, para discutir lo que ya sabemos que dirá, pero todos hombréandonos dentro de la misma bolsa a la que han puesto el nombre justo. La bolsa en la que cabe tanto la indiferencia, como el orgullo, o la indignación, y a la que los medios paradigmáticos reproducen con una alegría que ni percibimos, porque nos colma. Todos mirando por la misma lente, como si la solución estuviera sólo en sanar al multihombre-Córdoba. 

A mí me toca estar lejos, y tuve que leer las informaciones y ver los videitos y todo el abanico demencial a través del medio paradigmático, que funciona, claro está, según la sensatez y el interés de siempre: por qué hacerlo de otro modo si así, con semejante estabilidad, la cosa funciona, para todos. Para todos. Y si somos sinceros, dejemos de joder con Facebook y Twitter y esa ilusión de libertad y de libre expresión que nos daría esto: no movemos la aguja pero ni a patadas voladoras. Sólo descargamos la rabia y el miedo entre nosotros, mientras nos oponemos: fachos versus zurdos, chorros versus personas, corruptos versus trabajadores, todos peleando a los gritos, a los tiros, y dando por hecho el cordobesismo, como si explicara todo. 

A todos nos conviene la Córdoba-individuo, porque es la máscara ideal para no pensar en lo que hay en todos lados. La idea de Córdoba como país, en el fondo, nos satisface a todos. Lo miedosos que soltamos el fascismo, avergonzándonos por los negros cordobeses sin remedio. Los progres más pelotudos, quizás, de la historia del supuesto progresismo social y político del país, llorando la hipocresía cordobesa. Sirve porque es la “distinción”, aún en medio de la vergüenza frente al qué dirán los demás, aún frente a la certeza de la autodestrucción. Es más grande, todo esto. Es más grande. Por eso es tan redituable el récord de visitas en los sitios que todos nos vemos obligados a leer, primero para tratar de acceder a una cobertura amplia, después para renegar y criticar y lavarnos. Sirve a todos el paradigma del cordobesismo. Pero es más grande la cosa. Por eso explota como una garrafa, donde carajo sea. Es más grande. No son sólo “negros de mierda” descargando su furia más profunda en el barrio de Nueva Córdoba, en la “Nueva Córdoba”. No son negros contra sojeros. Es más grande la cosa. Está en todos lados. Se puede ver en el oeste neuquino, en el recorrido oeste-este de la Ruta 22, en lo que me mostraron mis amigos del norte en Salta y Jujuy. En el conurbano bonaerense. Es más grande que Córdoba, la cosa. Lo pude ver en Chile, hace unos meses, en Santiago. Chile país modelo, y es lo mismo. Es más grande la cosa. No hay provincias especiales. Es mucho más grande la cosa. No hay siquiera países. Es más serio. Y es cierto, como es tan grande, hay que empezar por lo mínimo. Frente a lo grande, volver a lo mínimo, quizás. Ver al otro. Ver al otro. Ver al otro. Ir donde los Transformers no pueden entrar. Descreer del Transformer para ver al otro. Borrar los tatuajes para ver al otro. No sé, me fui al carajo con esto. Pero es un pensamiento a partir de un “récord de visitas”, después de un día en el que todas las personas de una ciudad inmensa debieron quedarse encerradas en sus casas, por el cagazo, mirando por las ventanas, y usando, claro, Internet para saber qué pasaba afuera. Récord de visitas. En este preciso momento, el diario paradigmático titula: “Lento regreso a la normalidad”.