Jaramillo se ha puesto las pilas, Funes y el Quinteto de la Muerte parecen tener ganas de viajar a la estepa, otros que todavía no sabemos también van a ir y, aunque nada de esto suceda y, aunque sólo seamos cuatro o cinco, cosa que no va a pasar y, aunque seamos todos los que creemos que vamos a ser, se hace la lectura de fin de año en el bajo neuquino, según comentan los que saben.
Hablamos de una lectura con muchos amigos, mucha bebida, literatura y buena música, donde habrá alegría, barriles de petróleo al precio que lo vendía Felipe Sapag, viento, calor y, por sobre todas las cosas, esa sensación que produce Neuquén cuando termina el año y, si alguien entiende de esto, puede intuir ese raro impulso de sentarse en el cordón de la vereda y, si somos muchos, la chance de poder tapar todo el cordón con los culos, todo el cordón de una cuadra.
Neuquén en el verano se convierte en un pueblo raro. Rejuvenece como todos los que volvemos para comenzar de nuevo y, como somos siempre los mismos, estaría bueno que los que quieran ir a la lectura avisen y, de paso, inviten a quienes quieran para que, como queremos, esa tarde-noche choquen los planetas y, si leen esto, llenen esas últimas hojas inútiles de la agenda.
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