26.2.08

Tamiz

Les dije entonces que estoy por defender mi tesis. Faltan, entre pitos y flautas, unos quince o veinte días. Preparar la defensa, en un estado particular de mí, en este momento particular de todo, es llamativo: uno de los puntos que tendremos que destacar (la tesis no la hice solo) se refiere a los sujetos enunciadores, y a la referenciación de una realidad particular desde el sujeto mismo que la enuncia. Algo así como describir un estado de cosas desde el tamiz de lo propio y cotidiano. Es interesante. Desde los papeles, la Posmodernidad revalorizó la posición del sujeto como garante de una verdad, que aunque se sepa que compite con otras verdades, tiene el grado suficiente de legitimación como para proponer discusiones sobre el orden social, y para descentrar los sentidos impuestos. Hoy, un día específico de febrero de 2008, estoy a un rato de recibirme y tengo que hacer los papeles casi con urgencia porque me salió una beca importante para hacer un doctorado: es decir, este asunto que me gira alrededor parece estar encarrilado, las cosas que hice durante estos años quieren mostrarse alineadas, con los ojos entreabiertos por la convicción, decididas a rubricar un paquetito, coqueto, de “logros”.

Pero la “experiencia”.

Pero el pasado y su repaso, que siempre sirve a un presente, y que astilla algún futuro.

A quince días de recibirme recuerdo que para llegar a esta provincia me prestaron un departamento. Me lo prestó mi suegro, porque yo no quería separarme de su hija, y ella tampoco de mí. Mi viejo no tenía laburo y me alcanzaban unos fantásticos 75, 80 pesos para comer durante todo un mes, quiero decir, me alcanzaba para comer dos veces por día, como un duque. Me acuerdo del milagro oportunista de tener a mi vieja empleada por una dependencia nacional, y de tener, en consecuencia, la posibilidad de cambiar los pesos que ella me daba por lecores, que cotizaban un diez por ciento menos.

88 pesos para comer.

Fideos con aceite y carne picada, exquisitos. Aprendí que las pastas sin una base de tomate o crema siguen siendo un menú impecable, hasta más liviano. Polenta con puré de tomates y un toquecito de queso blando, en aquella época; arroz con atún desmenuzado, y luego a lavarse los dientes, y los dedos, debajo de las uñas. Galletitas surtidas, con un té o un mate cocido, solo en aquel departamento de mi suegro, mientras mi novia de entonces, lentamente, muy lentamente, me dejaba. El inolvidable momento de comerme una mini Melba y después echarme un trago de té a la boca y mezclar todo, mirando el piso gris del departamento, con el frío de las paredes porque no tenía gas natural y menos calefactor, aún viviendo a cincuenta metros de la Municipalidad de Córdoba, pero ojo porque el ruidito de la garrafa abriéndose era un suspiro, un ruido que no volví a escuchar, un ruido que, ahora lo entiendo, me divertía tanto.

Un tiempo me quedé sin heladera: se me complicó el presupuesto. Luchaba contra la guita y contra la descomposición: como hacen los viejos ahora y desde siempre. En otro tiempo mi gran amigo Santiago me invitaba a comer asado, los domingos a la noche, gracias al horno chileno que tenía en el balcón de su departamento, y que se alimentaba a gas. Una noche de domingo, todos en el balcón, nos percatamos de que no quedaba garrafa para asar. La carne ya estaba salada. “Acompañame, Santi”, le dije, y los dos fuimos hasta mi cueva, alzamos la garrafa, la conectamos al horno chileno, cocinamos.

Trabajé de noche, pintando el depósito de un Wal Mart en barrio Talleres. Pinté durante un mes, cada noche, el depósito con pintura asfáltica. Pintura blanca y amarilla que exige un proceso previo con ácido muriático, para limpiar bien el piso, y recién después se la puede colocar; una pintura que generalmente se importa de Italia, estoy hablando de la que es buena en serio, y que es reflectante: todos la vimos en la calle, cuando las luces de los autos pegan contra la senda peatonal, o contra los cordones recién pintados, allí donde no se puede estacionar. Pinté con eso, durante un mes. Con una máscara en la cara: pintaba con una máscara idéntica a la que usan los militares en los desastres químicos de las películas hollywoodenses, un plástico tapa-narices y dos cilindros oblicuos que permiten respirar pero no aspirar inmundicias. Pintaba con un albañil de un metro sesenta, baterista de una banda heavy, sin una oreja. Una noche, mientras comíamos algo en el comedor de los empleados del Wal Mart, mirando un cartel amarillo que decía “Si usted está a menos de 3 metros de un cliente, ¡Sonría!”, le pregunté, en medio una revelación, si podía mejorar su performance como baterista con una oreja menos. El enano (tenía el pelo hasta la cintura, me olvidé de contar eso) me miró sin decir nada. Luego me contesté solo, y en voz alta: “Qué pelotudo, olvidate. Si tocás en una banda heavy, no te hace falta”.

La noche siguiente me quiso pegar, durante las seis horas de trabajo.

Volvía a mi casa a eso de las ocho de la mañana, en un yemis, entraba al departamento prestado, tocaba la taza que siempre quedaba con un culito de té sobre la mesa, y la encontraba tibia. Eso quería decir que mi novia se había ido a la facultad sólo unos minutos antes de que yo llegara. Cuando nos peleábamos, y yo volvía, y sentía la taza tibia, salía nuevamente a la calle, con la ropa sucia de pintura reflectante, y corría hasta la facultad de derecho: llegaba cuando las clases ya estaban en marcha, y la miraba a través de los vidrios (en la facultad de derecho, la mayor parte de las aulas están alineadas y vidriadas), y nos amigábamos con muecas. Después sí me iba a dormir. Y a la tarde me iba para la Escuela de Ciencias de la Información, donde dentro de quince días voy a defender mi tesis, voy a salir sonriendo, me van a cagar a palos, y donde mis viejos, mi negra compañera, y mis amigos, y los que estén mirando, me van a controlar desde lejos, me van a relojear desde afuera, y van a decir, como lo dijo el querido Falco en uno de sus grandes cuentos, “apa, ese chico está feliz”.

Expulsan a nena por imitar gritos de Sharapova

Una niña de nueve años fue expulsada de su club de tenis en Australia.

Agencia EFE

Una niña de nueve años, fan de la rusa Maria Sharapova, fue expulsada de su club de tenis en Australia por chillar demasiado alto durante los partidos cuando golpea la pelota con su raqueta.
El padre de la joven, Duncan Edwards, consideró la decisión como "patética", afirmó que el manual del tenis no dice nada al respecto y comentó que Sharapova grita más que su hija y nadie le prohíbe jugar.
Lauryn Edwards sufre un desorden de atención y comenzó a jugar al tenis a los cuatro años después de que un psicólogo se lo recomendase a sus padres para que la niña fijase sus marcas y quemase energía.
La joven jugadora ha apuntado que para ella es natural hacer ruido cuando golpea la bola y ha asegurado que no lo finge sino que hace que juegue mejor.

(www.lavoz.com.ar)

25.2.08

Una trama inteligente de resolución perfecta

Bueno, ya es hora de escribir algo aquí. En definitiva esto está para que yo escriba, y cada vez lo hago menos. No porque no quiera, sino porque últimamente escasea el tiempo.
Aquí adentro, entonces, miro la pantalla, respiro, se me infla el pecho, se desinfla luego. Me faltan algo así como quince días para defender mi tesis. Me pica el pie, me rasco. Tengo un poco de dolor de panza y calor. El sábado me insolé en la platea descubierta del Chateau Carreras, mientras Belgrano jugaba un poco peor de lo que jugó Cipolletti la última vez que lo pude ver. Dos días antes, durante una cena, rememoré junto a mis amigos aquellos tiempos de películas nacionales del acción, y todos al mismo tiempo, con una sincronización envidiable, sacamos a la luz los nombres de delfín, tiburón y mojarrita, los detectives amigos. Marcelo, en una punta de la mesa, dijo algo interesante: "Mi viejo le ganó una pulseada a Víctor Bo". Todos pensamos en eso.
Ahora escribo y mientras pienso en el código samurai que mi hermano tanto reinvindica se me aparece la imagen del padre de mi amigo festejando la victoria, y se me aparece Víctor Bo, transpirado, con las manos en la frente, lamentándose por haber perdido una prueba de fuerza en la vida real.
Código samurai, Belgrano, Víctor Bo, Cipolletti, una pulseada, la defensa de una tesis, el libro Historia del Tiempo de Stephen Hawking que está en mi casa, mojarrita, el Chateau, hoy es lunes, ya es hora de irme.

14.2.08

Para los que no lo saben y quizás aún se lo preguntan


(Este fue el primer post de nuestra infeliz y corta vida)

Cuenta la historia que, en una tarde cálida de principios de otoño, dos enormes dinosaurias -hasta ese momento desconocidas por la población de la zona de los lagos patagónicos- se hicieron presentes en un oculto balneario del lago Espejo Chico para disfrutar de último calorcito que podía ofrecer el sol, antes del invierno. El sitio, que hoy se encuentra abarrotado de confiterías y canoas para alquilar, estaba en ese momento virgen de turistas. Sólo los testigos que luego refirieron los detalles –una señora gorda de profesión desconocida y un hombre un tanto menos gordo, de profesión esposo de señora gorda- estaban ocultos detrás de un tronco, con gaseosas y algunas galletas de grasa.

Una de las dinosaurias, la mayor, fue directamente a mojar las patas en el agua. Bufaba de calor. La otra se detuvo sin previo aviso en la orilla y permaneció quieta, pensativa. También bufaba de calor. Cuando la mayor comenzó a sumergirse, la otra comenzó a poner cara de triste.

La primera dinosauria sintió el frío del agua centímetros debajo del ombligo, e hizo un gesto estúpido. La segunda dinosauria se miró la entrepierna y cayó rendida sobre el pedregullo de la costa, resignada.

“¿Por qué no te bañas?”, le preguntó la mayor.
“No importa”, contestó la otra.
“Cómo que no importa, dime”, insistió la mayor.
“Es que estoy indispuesta”, confesó la otra.
“Entonces haz como yo” dijo, por último, la dinosauria. "Ponte una oveja".

8.2.08

No pudieron digitalizarlo

científicos del mundo
quisieron saber quién en esta vida
ha cogido más veces: cómo se llama
la persona que más eyaculó
(buscaban un número exacto)
dentro de una cueva, sexo aparte
sólo un autista canoso en California
se acordaba del estado meteorológico
de cada uno de sus días del pasado
recordaba miles y miles de calores
precipitaciones y vientos distintos
pero de lo otro, mudo
le pidieron un esfuerzo de cálculo
y bajó la cabeza, juntó las manos
amenazó con pegarle a alguien

5.2.08

En estos días

En estos días vivo lo que mi querido amigo Federico Mezza llama el "domingo largo". Se refiere a la primera parte de cada año, cuando se saborea el cansancio de lo anterior y sin embargo resta todo por delante. En estos días estamos (estoy) buscando una manera todavía no actualizada de vivir "bien". Es decir, vivir "bien". Y como no hay mucho más para decir de la búsqueda, dejo las frases que escuché, que leí, que pensé, las que se acumularon como consignas -por fin- con algo de sentido y al mismo tiempo las que me gustan.
Confiar en una moraleja con rima.
Sentirse como sentado en una escalera.
Mirar a quien habla a través de una copa.
Concebir la vida como un hecho estético.
Dibujar la forma en que se yerra.
Y volver a mentir.