Un vecino de la localidad rusa de Vólogda ingresó en el hospital con un cuchillo de cocina clavado en la espalda, del que no se había percatado durante horas a pesar de sentir molestias, publicó hoy el periódico local "Premier". "
17.4.08
Tenía un cuchillo clavado y no se dio cuenta
Un vecino de la localidad rusa de Vólogda ingresó en el hospital con un cuchillo de cocina clavado en la espalda, del que no se había percatado durante horas a pesar de sentir molestias, publicó hoy el periódico local "Premier". "
12.4.08
10.4.08
26
Lo primero que hice hoy (hoy es el día de mi cumpleaños) fue soñar con Guillermina Acosta. Por supuesto que no lo puedo explicar. Soñé que estábamos con todos los otros (si leen los otros ya sabrán quiénes son) en una especie de loft de pintor: con esto quiero decir un departamento gigante pero descuidado, con los techos altos, frío, pero reclutador de música y de gente. Daban ganas de estar ahí. Había pedacitos de golosinas tirados por el suelo; pedacitos de chocolates Tres Sueños e Intense de Cadbury, pedacitos roídos de Mantecol, y muchos papeles, papelitos recortados, que decían algo o, mejor dicho, que indicaban algún tipo de consigna especial, algo así como una misión que cada uno debía cumplir para un juego que todos jugábamos. Estábamos en Buenos Aires. Había una tormenta furibunda que golpeaba los ventanales del loft. Y yo tenía que tomar un avión para volver a Córdoba, en menos de dos horas.
Guille me decía “quedate”. “Cambiá el pasaje, son unos manguitos”. Y sonreía.
Yo le preguntaba: “¿ese es tu novio, el que está ahí parado?”
“No”, me decía ella: “es mi papá”.
La bola nos miraba desde lejos, transparente.
Entonces me llamó Federico. Antes de agradecerle el llamado le dije que estaba soñando con Guillermina Acosta justo cuando sonó el teléfono; segundos antes de despertarme. Él me dijo “feliz cumple” y también me contó que días atrás fue a ver la obra infantil de Guille (es bajista y actriz) en la que hace de buena y de mala. De una suerte de Cenicienta y de una suerte de Malévola. “Tenían unos vestidos divertidísimos”, me dijo mi hermano, Federico.
Lo segundo que hice hoy, el día mi cumpleaños, fue matar una araña en la pileta de la cocina. Me levanté atascado, fui a tirar unos papeles y sí, debo confesarlo, perdón má que estás trabajando y yo no: escupí. Escupí maravillosamente bien en la pileta, salió un cuerpo concreto, conciso, ovoide, verdiblanco, dirigido justo al círculo del resumidero, y la araña se asustó y empezó a correr en contra de la pendiente.
“Pero es mi cumpleaños”, pensé, y abrí la canilla: no llegaba a mojarla, usé la mano como un cuenco y le tiré agüita, la empapé, arrugó las patas, se hizo la muerta, finalmente murió, y la dejé caer por el agujero. Esa fue mi segunda cosa.
Nos prometimos disfrutar de algo, desde ayer al mediodía, cuando empezamos a embriagarnos: de la enorme posibilidad de planear nuestra puesta al día. Teníamos, a partir de ese momento, y tenemos aún, la chance de contarnos la vida del modo que a cada uno le parezca mejor, de a capítulos anecdóticos o en sentido lineal, o como sea. Ayer salimos a brindar (ustedes, los Guillermo Martínez en Acerca de Roderer, los genios aburridos y atentos, podrán decir que entonces mi salida con Pablito, después de ocho años, fue lo primero que hice en mi cumpleaños, y en parte tienen razón. Pero en parte. Primero, porque a las doce en punto me llamó la Merita; segundo, porque también saben que a veces el día se cuenta desde que se hace de día, así que respétenme, o respeten mi decisión: es mi cumpleaños) y antes de mancharnos con el reggaetón de los miércoles en Neuquén pudimos hablar como hablábamos ocho años atrás, y hablamos de las sensaciones idénticas que tuvimos a diez mil kilómetros de distancia, y él eligió contarme su vida al revés: ayer a la noche empezó por el final. Y así. La noche estuvo muerta, pero no esperábamos mucho más de nuestra ciudad, que desde la muerte nos hizo así, casi vivos. Y Pablo tomó Iguana, comió una papita, le dio una seca al pucho, hizo una pausa: me dijo “escuchame, Titi, yo te voy a decir lo que pienso ahora: pienso que el amor adolescente es la sensación más intensa que vive una persona sin saberlo”.
En esta estepa que manuales como Neuquén, mi provincia indican como seca y árida, de bajísimo nivel de precipitaciones, con plantas distintivas como el alpataco, que es un cardo, y el coirón, que es un yuyo, en esta estepa, decía, al mediodía del 10 de abril, llueve. Hace frío, eso no es novedad. Pero llueve.
Y en esta lluvia helada como la gran puta, en esta boca seca por la resaca de miércoles y en esta habitación en penumbras (quizás la mejor penumbra que yo haya visto) reside entonces la fragilidad de la que habla el chileno Zambra: la fragilidad de mi escritura, su absoluta lejanía respecto de las cosas que quiero decir, la imposibilidad evidente de no poder describir, en esta seguidilla de tecleos, lo que flota en este aire, la densidad de lo que miro, la severidad de los ladridos de la cuadra.
Lo que intento decir es eso, entonces: lo que afirman algunos, ciertas entidades, volúmenes corpóreos, segundos vocales del mundo, por ejemplo, o subcomisarios del pensamiento universal, o secretarios privados de la humanidad. Dicen que hoy cumplo veintiséis años de tiempo.