Bailar en sal
es otro de los hechos mágicos de los primeros padres de las aves.
Bailar en sal
es uno de los tratamientos más oscuros que tengo en mi memoria.
Para ello hay que llamar a las serpientes que hablan en el árbol del
viento,
a los inciensadores de la casa del coral
a los fundadores del país del diluvio.
Sin ellos, es imposible realizar este mágico experimento.
La primera vez que lo vi, fue cuando era una planta.
La segunda, hace algunos años, en el desierto al pie de la pirámide y
era de mica.
La tercera, aún no sé cuándo será.
Lo primero que hay que realizar para bailar en sal es
proveerse de un talmud y vestirse con joyas secretísimas
que aúllan como perros cuando sienten el sudor del cuerpo.
Estas son fáciles de conseguir. Con sólo cortarse los pies se logran.
Lo segundo es atarse en las manos dos flores de cairel
de las cuales hay muchas en todas las tumbas antiguas.
Y después dormir unos tres días,
cuando los ojos se abran nuevamente, uno ya está danzando en sal
sin darse cuenta.
Incesantemente, en círculo.
Al principio un terror demoníaco se apodera, pero poco a poco uno
se acostumbra a tan flotante danza,
a tan mágica visión del cielo, del mar o de los árboles.
Esto es bailar en sal. Ahora no recuerdo bien qué se logra con hacerlo
o para qué sirve.
(Poema de Romilio Ribero, presente en el Álbum poético de Córdoba de Armando Zárate, publicado por Comunicarte en 2007)