44 años pasaron y todavía no hubo un puto equipo campeón del mundo argentino que definiera el partido decisivo con un golazo así. Pasó el rey de copas, con sus definiciones por penales y sus tiritos de rastrón bochinescos, pasó Boquita con su supuesta potencia recalcitrante, pasaron las gallinas con su paladar negro ahora blanqueado, y los cuervos lamentablemente no pasaron nunca. Y nadie definió ese partido con un gol así. Los golazos no tienen edad. Nosotros sí. Me gastaron toda la vida con que algún día ese remate, de tan usado y viejo, iba a pegar en el travesaño o iba a ser desviado por el arquero. Bueno, todavía no pasó. Sigue siendo un golazo para ser campeón del mundo.
Brindo por el Chango Cárdenas, brindo por el Racing Club de Avellaneda, institución de la cual mi padre es ferviente hincha aunque diga ser de Boca (como Perón, que decía ser de Boca y era de Racing; como mi padre, que dijo siempre ser Radical y es un claro peronista), y brindo porque muera, de la manera que sea, sin sufrir pero con contundencia, la ironía que habita el cuerpo de Ramón Ángel Díaz y toda su caca esencial. Decía del pelado Díaz mi abuelo Rodolfo, que en paz descanse, cuando lo veía perder contra Boca por baile y asimismo reirse en el banco de suplentes: "Este pelotudo es una hiena. Come mierda y se ríe."
Me desvié. Te amo Racing, aunque elijamos siempre el camino más largo.
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