Son
tantos los matices que comprenden la actitud creativa de la música local –entendiendo que en esa actitud existe un compromiso con el momento cósmico
humano–, son tantos los pasos que sucesivamente deforman los proyectos, incluso
los más elementales como ser mostrar una música, reunir mentes libres en un
recital, producir en suma algún sonido entre la maraña complaciente y sobremuda
que:
EL QUE RECIBE DEBE COMPRENDER DEFINITIVAMENTE QUE LOS PROYECTOS EN MATERIA DE
ROCK ARGENTINO NACEN DE UN INSTINTO.
Por lo tanto: el Rock no le concierne a ciertas músicas que aparentemente
INTUIDAS POR LAS NATURALEZAS DE QUIENES LAS EJECUTAN siguen guardando una
actitud paternalista, tradicional en el sentido enfermo de la tradición,
formulista, mitómana, y en la última floración de esta contaminación,
sencillamente “facha”.
Sólo en la muerte muere el instinto.
Por lo tanto, si éste se mantiene invariable, adjunto a la condición humana a
la que necesitamos modificar para reiluminarnos masivamente, quiere decir que
tal instinto es la vida.
El Rock no es solamente una forma determinada de ritmo o melodía.
Es el impulso natural de dilucidar a través de una liberación total los
conocimientos profundos a los cuales, dada la represión, el hombre cualquiera
no tiene acceso.
El Rock muere sólo para aquellos que intentaron siempre reemplazar ese instinto
por expresiones de lo superficial, por lo tanto lo que proviene de ellos sigue
manteniendo represiones, con lo cual sólo estimulan “EL CAMBIO” exterior y
contrarrevolucionario.
Y no hay cambio posible entre opciones que taponan la opción de la liberación
interior.
El Rock no ha muerto.
En todo caso, cierta estereotipación en los gustos de los músicos debería
liberarse y alcanzar otra luz. El instinto muere en la muerte, repito. El Rock
es el instinto de vivir y en ese descaro y en ese compromiso. Si se habla de
muerte se habla de muerte, si se habla de vivir, VIDA.
Más vale que los rockeros, cualesquiera sean sus tendencias (entre las cuales
dentro de lo que se entiende por instinto de Rock no hay mayores
contradicciones) jamás se topen con los personajes hijos de puta demonios
colaterales del gran estupefaciente de la represión que pretende conducirnos
por el camino de la profesionalidad.
Porque en esa profesionalidad se establece –y aquí entran a tallar todas las
infinitas contusiones por las que se debe pasar hasta llegar a dar un juego que
contradice a la liberación, que pudre el instinto, que modifica como un cáncer
incontenible la piel original de la idea creada hasta hacerla, en algunos
casos, pasar a través de un tamiz en el que la energía totalizadora de ese
nuevo lenguaje abandona la sustancia integral que el músico dispuso por
instinto en su momento de crear, y luego esa abortación está presente en los
escenarios, en la afinación, hasta en la imagen exterior del mensaje cuando por
fin se hace posible verlo.
Tengo conciencia de que el público ve esta debilidad y no se libera: sufre.
Luego esta ausencia de totalidad, esa parcialidad, es el negocio del Rock.
El negocio del cual viven muchos a costa de los músicos, poetas, autores, y
hombres creativos en general.
O sea, esta difamación de proyectos sólo adquiere relieve en esa “ganancia” que
representa haber ejecutado el negocio, y solamente en ese nivel hay una
aparente eficacia.
Es la parcialidad de pretender que algo que es de todos termina en definidas
cuentas en manos de aquellos bastardos de siempre.
Este mal, por último rebote, cae nuevamente en la nuca de los músicos, y los
hace pelota.
Luego de participar del juego, son muy pocos los que aun permanecen con fuerzas
para impedir la trampa al repetir una y otra vez el juego mediante el cual
expresarse, o simplemente arriesgar en el precipicio de la deformación un mensaje
que por instintivo es puro y debería llegar al que lo recibe tal cual nació.
Este juego pareciera ser el único posible (hay mentalidades que nos fuerzan a
que sea así).
Lo
importante es que hay otros caminos.
Luego de haber caído tantas veces antes de ejecutar esa caída final, parábola
definitiva en la que se cierran los cerebros para no amar ni dar, hay muy pocos
músicos que pueden seguir conservando ese instinto.
DENUNCIO SIN EL LIMITE DE LA DENUNCIA
A LO QUE NO RECIBE DENUNCIA
A LO QUE LA DENUNCIA TRASPASA
A ALGO PEOR QUE LA DENUNCIA.
Denuncio a los representantes y productores en general, y los merodeadores de
éstos sin excepción, por indefinición ideológica y especulación comercial.
Ya que estos no se diferencian de los patrones de empresa que resultan
explotadores de sus obreros.
O sea, por ser los engranajes de un pensamiento de liberación a quienes no les
interesa que toda la pieza se mueva, dado que al producirse el más mínimo
movimiento, serían los primeros en auto reprimirse y dejarían por tanto de
participar en la cosa.
Denuncio a ciertas agrupaciones musicales que se alimentan con esas
mentalidades no libres, a pesar de contar con el apoyo del público de mente
libre.
Denuncio a otros grupos musicales por repetitivos y parasitarios, por atentar
contra la música amplia y desprejuiciada, estableciendo mitos con imágenes
calcadas de otras músicas que son tan importantes como las que ellos no se
atreven a crear ni sentir.
Denuncio a los tildadores de lo extranjerizante, porque reprimen la información
necesaria de músicas y actitudes creativas que se dan en otras partes del
planeta, y porque consideran que los músicos argentinos no pueden identificarse
con sentimientos hoy día universales.
Además es de prever que si estos señores desconocen que la Argentina provee a
su música nuevos contenidos nativos, ellos mismos están minimizando la riqueza
de una creación local apenas florecida.
Denuncio a otras mentalidades por elitistas y pronosticadoras del suceso de la
muerte de algo que por instintivo no puede morir antes de la vida misma.
Denuncio a las editoriales “fachas” por distribuir información falsa en sí
misma, y por deformar la información verdadera para hacerla coincidir con las
otras mentalidades a las que denuncio.
Denuncio a los participantes de toda forma de represión por represores y a la
represión en sí por atañer a la destrucción de la especie.
Denuncio finalmente a mi yo enfermo por impedir que mi centro de energía
esencial domine este lenguaje al punto que provoque una total transformación en
mí y en quien se acerque a esto.
El rock, música dura, cambia y se modifica, en un instinto de transformación.
Luis Alberto Spinetta. Texto escrito en 1973, entregado a quienes fueron a la presentación de Artaud.
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