26.2.18

Domingo 5 de noviembre, 13:10 horas

Apenas habían pasado unos minutos desde que pisamos la ciudad y ya estaba en el borde la ficción: llegamos y llovía, una garúa fina y casi templada que no dejaba costura sin humedecer, y apareció este hombre frente a mí, molestia en su mirada, un primer gesto de levantarse las solapas del piloto marrón. Estábamos a una cuadra del departamento donde iríamos a dormir. Una cuadra, iríamos a, lo que quiere decir que ni siquiera habíamos alcanzado a tener casa que apareció este hombre, molesto con la garúa, y me pasó por al lado, y se levantó las solapas de su piloto marrón. Nadie lo miró. Nicolás siguió caminando. 

Era Gabriel Byrne, que sin duda vive por acá cerca. Sí: somos vecinos. Era Byrne: ese hombre sospechoso que fue vilmente superado por la picardía de Keyser Söze en aquella memorable película de la indagatoria eterna. Byrne: el primer rey que bajó, hace apenas un lustro, Ragnar Lothbrok en Kattegat. Los mismos ojos celestes, preocupados y ácidos pero fuera de la pantalla, fuera de la imaginación, a mi lado, sin registrarme. Pensando en la garúa. Nunca fui cholulo, no me sale serlo. Ni siquiera le pedí una foto a Spinetta después de haberle ordenado el camarín. Pero ese hombre hinchado las pelotas por una garúa de domingo en NoLIta me dejó con un pie adentro y un pie afuera de la trama de la vida: ¿por qué tan molesto, Gabriel, si apenas había pasado medio día del horrible domingo? ¿Entonces ese rostro de preocupación, que tanto dinero te dio, sale solo, sin que lo pienses, sin que lo fuerces? ¿Qué tengo que sentir ahora, que estás en mi recuerdo con un estatuto no muy distinto al de la pantalla? Qué injusto y a la vez feliz fue cruzarte, y ver que esa mirada pervive por fuera de la ilusión ficcional. Gabriel, hoy puedo saber que sos un verdadero actor. No hay fuera de escena para vos bajo una garúa de domingo. 

Ahora voy a dormir. Afuera, en la calle, apenas brota un murmullo de la Bowery Street. Mañana vamos a mirar discos a Brooklyn y el radiador de la calefacción que rezonga a mi lado, ahora, lo sabe.




1 comentario:

Norma dijo...

Qué locura encontrarse con el flaco, y justo cuando pisaste suelo neoyorquino