(Este texto nació gracias a una anecta del amigo Falco)
No era sólo el hecho de hacer el amor, sino que se estaban enamorando. Pero enamorando de verdad. Néstor, a mi derecha, con el mentón apoyado sobre el marco de la ventana y los binoculares oprimidos contra los ojos, al punto de ocultar hasta las cejas bajo el contorno circular de la goma, nos lo dijo así: escuchen, pelotudos, esto es serio. Se están enamorando. Néstor nos explicó que cuando llegaban al primero de los golpes definitivos el tipo no podía dejar de mirarla, pero con un gesto confuso que –se emocionó al decirlo– nunca antes había visto, y que la chica, mientras intentaba recuperar el aire, hacía lo mismo, se incrustaban con la mirada además de hacerlo con los cuerpos y segundos después se perdían en los vértices de los muebles, en las paredes, sólo para volver a mirarse y, en definitiva, dijo por último Néstor (sus ojos ya estaban finos como puñaladas en una lata) ninguno de los dos entendía nada. No entendían por qué les pasaba eso. A mi izquierda también escuchaban Nito y Carlos con sus respectivos vasos. Y si ahora, terminada la ráfaga, me asomo para ver la pared externa del edificio, en medio de la oscuridad, puedo enumerar las curvas recortadas de las demás cabezas, en casi todas las ventanas de los diez pisos, como lechuzas poco inteligentes adaptadas al espectáculo de la noche pero con movimientos torpes y voces propias. En promedio son dos o tres por departamento. Aunque los del sexto se enciman en varias filas, entre eructos afónicos y risas mal forzadas de mujeres.
El tipo del frente había corrido las cortinas a eso de las doce y media, una vez desprovisto de su remera, y había comenzado a estudiar a la mujer unos minutos más tarde, contra un modular de madera oscura. Carlos descubrió en ese momento la apertura del telón y al mismo tiempo me encontró sorprendido, cuando todavía jugábamos en la mesa, y se arrastró como un soldado para apagar la luz y buscar los binoculares. Néstor entendió lo que pasaba y antes de cualquier disputa se los arrancó de las manos. Ella le respondió con unos besos en el cuello y lo dejó hacer, primero con la pollera, luego con los hombros hasta llegar al pelo, y entonces decidimos arrinconar las sillas para tomar la actual posición, agazapados de izquierda a derecha: Nito, Carlos, yo y Néstor.
Ahora el tipo ha desaparecido del plano hacia un costado, y la chica ha quedado sola y desnuda, esperando contra el modular. Esconde algo de pelo detrás de la oreja e inclina la cabeza hacia la ventana, y nosotros, aun del lado oscuro, escondemos un poco las cabezas. Ella espera y se revisa el vientre con un dedo: lo sube hasta el cuello y desde ahí se roza, entre los pechos, rodea el ombligo, el quiebre donde se inician las piernas, hasta detenerse y repetir el sendero. Es tan frágil y linda que Néstor sin más la entiende, y por eso respira hondo. Pero ya no describe detalles, ni nada. Casi arrodillado, con los muslos temblorosos, se sigue apretando los binoculares contra los ojos.
La chica del frente se recorre entonces para un público anónimo y yo descubro, en la ventana siguiente a la nuestra, el perfil de otra chica aún más bonita, que controla a su vez la espera de la otra mujer como si estuviese en el intervalo de una película. Alcanzo a verla con algunos brillos de la ciudad en el fondo y ella me descubre, unos segundos, y vuelve a mirar al otro lado de la calle. Me mira como si yo fuera para ella un ejemplo fugaz de otra escena íntima. Lo empujo a Néstor y a sus binoculares hacia el centro de la ventana y ocupo su posición, contra el marco de la derecha, para tenerla más cerca. Y ella, con otras luces en los ojos, vuelve a mirarme.
Pero cómo la va a dejar sola, se queja en voz alta, y me sonríe, morocha e inclinada sobre el marco de la ventana. Si está recién enamorada, dice.
El tipo del frente había corrido las cortinas a eso de las doce y media, una vez desprovisto de su remera, y había comenzado a estudiar a la mujer unos minutos más tarde, contra un modular de madera oscura. Carlos descubrió en ese momento la apertura del telón y al mismo tiempo me encontró sorprendido, cuando todavía jugábamos en la mesa, y se arrastró como un soldado para apagar la luz y buscar los binoculares. Néstor entendió lo que pasaba y antes de cualquier disputa se los arrancó de las manos. Ella le respondió con unos besos en el cuello y lo dejó hacer, primero con la pollera, luego con los hombros hasta llegar al pelo, y entonces decidimos arrinconar las sillas para tomar la actual posición, agazapados de izquierda a derecha: Nito, Carlos, yo y Néstor.
Ahora el tipo ha desaparecido del plano hacia un costado, y la chica ha quedado sola y desnuda, esperando contra el modular. Esconde algo de pelo detrás de la oreja e inclina la cabeza hacia la ventana, y nosotros, aun del lado oscuro, escondemos un poco las cabezas. Ella espera y se revisa el vientre con un dedo: lo sube hasta el cuello y desde ahí se roza, entre los pechos, rodea el ombligo, el quiebre donde se inician las piernas, hasta detenerse y repetir el sendero. Es tan frágil y linda que Néstor sin más la entiende, y por eso respira hondo. Pero ya no describe detalles, ni nada. Casi arrodillado, con los muslos temblorosos, se sigue apretando los binoculares contra los ojos.
La chica del frente se recorre entonces para un público anónimo y yo descubro, en la ventana siguiente a la nuestra, el perfil de otra chica aún más bonita, que controla a su vez la espera de la otra mujer como si estuviese en el intervalo de una película. Alcanzo a verla con algunos brillos de la ciudad en el fondo y ella me descubre, unos segundos, y vuelve a mirar al otro lado de la calle. Me mira como si yo fuera para ella un ejemplo fugaz de otra escena íntima. Lo empujo a Néstor y a sus binoculares hacia el centro de la ventana y ocupo su posición, contra el marco de la derecha, para tenerla más cerca. Y ella, con otras luces en los ojos, vuelve a mirarme.
Pero cómo la va a dejar sola, se queja en voz alta, y me sonríe, morocha e inclinada sobre el marco de la ventana. Si está recién enamorada, dice.
(2005)
3 comentarios:
ey, pelotudo, ¿no me vas a linkear? ¿Que te pasa? ¿No fui yo el que te dio la idea del blog y, basicamente, todas las ideas? www.tortiluchasencancun.blogspot.com Eso es power.
que te haces que estudias, puto!
Vení a decírmelo en la cara, cara e cui.
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