Una noche de navidad salgo a bailar a un boliche. Conozco una chica, vestida de blanco, que tiene un papá Noel de peluche en una mano. Hago un chiste, ella ríe, compró algo para tomar, ella no toma, juego con el Papá Noel, termino perdiéndolo entre las hordas de gente. La chica se enoja conmigo porque quería su muñequito pero gusta de la situación de enojarse con un chico, y por esa razón intento besarla. Se niega. Se describe como una chica difícil. Sigo la noche en otra parte del boliche, tras otras chicas.
Entonces mi vida de pendejo avanza y sigo yendo al colegio público y la cruzo dos o tres veces más, me hago el canchero y la encaro a lo chancho: la chica se niega una y otra vez aunque demuestra cierto interés pero no afloja ni una gota de cariño porque no le va el modo de abordaje del amor que ostento. Una noche más, en otro boliche, un amigo me dice que “si voy un poco más serio”, es mía. Entonces intento de nuevo, más serio, igual de canchero, haciéndome el lindo. Y ella accede. Me apoyo contra el canto de una mesa del boliche y ella me abraza y nos besamos. Perfecto. Pasa un rato y el beso se vuelve repetitivo, ella no le pone todo lo que tiene, y decido irme. Me buscan mis amigos. Sigo con mi mismo plan de entonces: “mi teléfono es facilísimo”, le digo, “acordateló por cualquier cosa”: cuatro cuatro siete dos dos cinco cinco. “Ni en pedo te voy a llamar”, dice ella, “y además el mío también es re fácil”. “Bueno, cómo es”. “cuatro cuatro seis seis dos cero cero”. “Ok, capaz que también me lo acuerde”.
Vuelvo a casa, pasan los días, sigo la vida exactamente de la misma manera en que la hubiese seguido si nunca me hubiese besado con ella. Lunes, colegio, tarde al pedo; martes colegio, tarde al pedo; miércoles colegio, tarde en casa, salgo al río cerca de casa, vuelvo. Se está haciendo de noche. Es como si lo estuviese viendo. Como si me estuviese viendo. El invierno y el frío avanzan sobre la ciudad de Neuquén. El hogar del living está prendido, mi viejo se dispone a preparar el morfi para la cena. Voy hasta mi pieza, me suelto en la cama y prendo la tele. Vuelvo a la cocina y busco algo para comer y tomar. Camino por la casa, me cruzo con las gatas, vuelvo para la pieza, veo la luz encendida en el dormitorio de mis viejos. Los dormitorios tienen alfombras. Alcanzo a ver el teléfono rojo sobre la mesita de luz de mi viejo. Hay dos teléfonos en casa. Uno inalámbrico en el living, una rojo en su pieza. Entreveo el teléfono en la mesita de su dormitorio, la luz encendida, yo camino a mi pieza con un vaso y un platito. Me tiro a ver tele. “Qué embole que tengo”, pienso. Vuelvo al living, mi hermano habla o hace algo en la pieza, escucho un retumbe. Y encaro el pasillo de nuevo, rumbo a mi platito y mi vaso, y vuelvo a ver el teléfono rojo en la mesita. “¿Cómo era el número de la tontita esa? Podría llamarla, ¿no? Si estoy más al pedo que la mierda”.
“Naaaa, para qué tener que armar una charla de quién sabe dónde”.
Me tiro a ver tele de nuevo y al rato me paro, ya casi es de noche, mamá no está en su pieza. Voy al living, acomodo el fuego, agrego un tronquito, vuelvo a buscar mi vaso y me meto en la habitación de ellos. Me siento en el borde de la cama matrimonial, pegado a la mesita, y pruebo: cuatro cuatro seis seis dos cero cero. Suena una vez, suena otra vez, luego otra vez, y me atiende ella.
Bien. Entonces lo que sigue es más o menos así:
Arreglamos para vernos, chapamos un par de veces más, me invita a almorzar a su casa, me pasa a buscar en un auto con su familia, almorzamos, vuelvo otra tarde a su casa, nos ponemos de novios, nos la pasamos juntos, sumamos algunos viajes, algunos problemas menores, las primeras pruebas interesantes en el sexo minuto a minuto, casi tres años de novios, yo dejo la carrera de letras, me voy a estudiar comunicación a 50 kilómetros de mi ciudad, ella se recibe del secundario, la pareja corre peligro porque su destino inmodificable era Córdoba, hablamos sobre la posibilidad de que ella se quede, hablamos sobre la posibilidad de que yo siga estudiando en la ciudad de Córdoba, donde no conozco ni el nombre de una calle. Mi viejo se queda sin trabajo, López Murphy recorta el 13 porciento a las universidades, entran todas en paro, pierdo un cuatrimestre, mi suegro me ofrece un departamento para vivir en Córdoba con el novio de mi cuñada; pienso en un lugar que no conozco para empezar de nuevo; pienso en el enamoramiento ciego que tengo para con mi novia, la chica del Papa Noel en navidad, y digo que sí. Me paro un martes a la madrugada en la cocina de mi casa: le digo a mi mamá –estaba lavando los platos– que me voy a vivir a Córdoba, donde obviamente se va mi novia, y a estudiar. Ella dice que yo no sé lo que digo. Nunca me animo a decírselo a mi viejo. El tiempo pasa, la noticia se vuelve realidad, se charla, brota enero y se carga el auto, partimos hacia Córdoba en el Senda. Me instalo en el departamento, me anoto en la carrera de comunicación, el novio de mi cuñada decide irse a vivir a otro lado, quedo solo en el departamento, vivo a cincuenta metros de la municipalidad de la segunda ciudad más grande del país en un departamento prestado y no tengo gas natural. Comienzo a estudiar, casi convivo con mi novia, la chica del Papá Noel, se pudre todo, ella se cree responsable por mí, me deja de querer, me deja. Siento que se me rompe el corazón. Sigo viviendo un tiempo en el departamento de su padre. Armo una cotidianeidad con mis amigos cordobeses, que conozco gracias a un amigo neuquino que me incluye en su grupo. Explota la Internet, comienzo a sacarle el jugo a la casilla de mail que mi ex novia (la chica del Papá Noel) me había creado, y salgo todas las noches, y me emborracho, y me alimento con muy poco dinero. En la casa de uno de mis amigos de Córdoba se le pudre todo con Internet y con los contactos de su chat y se le mezclan con los de su hermana, y una noche más en la ciudad de la que no conocía ni el nombre de las calles, la hermana de mi amigo aparece en mi chat y cruzamos dos palabras. Pasa el tiempo, sigo rodando por ahí, sigo estudiando, voy al cumple de mi amigo, éste del quilombo de sus contactos, y conozco personalmente a su hermana, la mujer más misteriosa que había visto en mi vida, pelo rubio, ojos negros, piel verde, una sonrisa para presentar un proyecto de investigación y estudiarla. Ella toma un libro, y antes de leerle la tapa, lo huele por dentro, hace correr las hojas. Me atrae desde el primer momento en que la veo, la busco, pasa el tiempo, me beso con ella, pasa un poco más de tiempo y me enamoro, nos ponemos de novios, forjamos una relación que nunca ninguno de los dos hubiese imaginado, se convierte en la mujer más importante de mi vida. La admiro, la contengo, me contiene, nos acompañamos, pasa el tiempo, llegamos a juntar casi seis años de novios. Ella, a su manera, es brutalmente inteligente. Mucho tiempo antes de todo esto último, se me empiezan a caer los pelos, trabajo en una revista literaria, me enseñan a leer, me enseñan a escribir, me enamoro de la escritura en Córdoba, empiezo a mirar el mundo desde otra ventana, viajo regularmente a mi casa en el sur, me convenzo de que ese es mi lugar aunque en esa etapa no viva allí, me hago amigo de mis viejos, me hago amigo de mi hermano, comienzo a ser consciente del amor palpable y vital que siento por ellos; por mi posición geográfica, comienzo a hacer lo que tanto había deseado: visito a mis hermanos del corazón en la Capital Federal, mis dos hermanos del alma, donde mucho tiempo antes habían decidido estudiar, y los visito con regularidad, cada dos meses, más o menos, y conozco allí sus entornos, me siento parte de ellos, conozco a sus amigos, a sus amigas, los admiro, comienzo a quererlos y a necesitarlos a todos ellos, se me vuelven casi indispensables, y comienzo a conocer la ciudad desconocida donde ellos viven y donde yo nací, y comienzo a disfrutar de la Capital Federal con locura. Vivo viajando, al sur, a la capital y a Córdoba, reniego de varias cosas pero vivo bien, sigo trabajando en las letras y publico un libro de cuentos, y varios cuentos en antologías, trabajo de editor, mejoro la prosa, me contratan para corregir tesis, conozco a personas increíbles que viven en el borde de la literatura y las termino adorando y admirando, me enseñan a ver distinto el fango de las letras, me invitan a publicar en diarios de Buenos Aires, de Córdoba, en revistas; soy jurado de un concurso de cuentos, me invitan a dar talleres, termino la licenciatura en comunicación, me gano una beca, comienzo un doctorado. Las personas son totalmente distintas en una ciudad que ya es mía, en parte, y yo soy totalmente distinto aquí y allá y en todos lados, y estoy separado, por contingencias del tiempo y de las acciones y de las preguntas propias y ajenas, de la mujer que me acompañó en esto de resistirme a hacerme adulto, pero la elijo, voy a luchar por ella, el tiempo que una narración infinita lo requiera, y me debato, a veces con ansiedad, a veces con calma, a veces con pánico, a veces con esperanza, entre las cosas viejas y las cosas nuevas que acepto: pienso, como dice Alessandro Baricco, qué cosas quiero arrastrar de mi pasado para que se acostumbren a las mutaciones de lo que vendrá. Y hago una lista mental, y creo que tiene sentido, creo que las cosas, si me calmo, tienen sentido, y vuelvo a elegir de a poco, muy de a poco, lo que quiero. Creo que a veces uno se desliza a la banquina y cuando piensa que más elige, menos libre es, y esto, justamente, esta idea que parece contradictoria, es la que me despertó hoy domingo, lo que había en mi cabeza cuando retorné a la vigilia en esta mañana calma, aquí en este departamento en el que vivo con mi gran amigo de un pueblo que se llama Porteña y que en la reputísima vida hubiese conocido si las cosas no hubiesen sido así. Esta es la idea que me despertó hoy, la de una confusión entre la capacidad de elegir y la libertad; esta idea mezclada con un tiempo verbal, o mejor dicho, con una palabrita, el hubiera o hubiese, que ayer se me ancló también en la mente porque mi amigo, mi concubino, me pidió que le corrigiera un cuento.
“Es una conjugación bastante puta”, le dije, y él dijo que sí, que “claro”.
Y esta mañana pensé en las banquinas, y las elecciones, y la libertad, y todo eso pero a través de una pregunta extensa pero mínima, detallada, ínfima, de invierno avanzando sobre una ciudad; una pregunta de miércoles a la tarde-noche mientras tu viejo, en tu casa, hace la comida, y mientras uno no piensa en otra cosa que no sea evitar el colegio y salir a bailar el finde. Ahora cuelgo este texto burdo, cursi, pusilánime, pero íntimo, de domingo, y voy a llamar a la mujer más importante de mi vida, para decirle lo que pienso.
La pregunta es la siguiente:
¿Y qué hubiera pasado si ese miércoles de tarde-noche caminaba una vez más a mi pieza para buscar el vaso y el platito, sin relojear al pedo el dormitorio ni el teléfono rojo de mis viejos, y sin acordarme tampoco de ese número fácil de esa minita? ¿Qué hubiera pasado si me iba a pelotudear con mi hermano a su pieza, en virtud del embole que yo cargaba, para hacer un poquito de tiempo antes de cenar?
La respuesta es esa misma que pensé dos segundos después de plantear la pregunta, y tres segundos antes de poner las patas en el suelo para empezar el día:
Y a mí qué carajo me importa.
Entonces mi vida de pendejo avanza y sigo yendo al colegio público y la cruzo dos o tres veces más, me hago el canchero y la encaro a lo chancho: la chica se niega una y otra vez aunque demuestra cierto interés pero no afloja ni una gota de cariño porque no le va el modo de abordaje del amor que ostento. Una noche más, en otro boliche, un amigo me dice que “si voy un poco más serio”, es mía. Entonces intento de nuevo, más serio, igual de canchero, haciéndome el lindo. Y ella accede. Me apoyo contra el canto de una mesa del boliche y ella me abraza y nos besamos. Perfecto. Pasa un rato y el beso se vuelve repetitivo, ella no le pone todo lo que tiene, y decido irme. Me buscan mis amigos. Sigo con mi mismo plan de entonces: “mi teléfono es facilísimo”, le digo, “acordateló por cualquier cosa”: cuatro cuatro siete dos dos cinco cinco. “Ni en pedo te voy a llamar”, dice ella, “y además el mío también es re fácil”. “Bueno, cómo es”. “cuatro cuatro seis seis dos cero cero”. “Ok, capaz que también me lo acuerde”.
Vuelvo a casa, pasan los días, sigo la vida exactamente de la misma manera en que la hubiese seguido si nunca me hubiese besado con ella. Lunes, colegio, tarde al pedo; martes colegio, tarde al pedo; miércoles colegio, tarde en casa, salgo al río cerca de casa, vuelvo. Se está haciendo de noche. Es como si lo estuviese viendo. Como si me estuviese viendo. El invierno y el frío avanzan sobre la ciudad de Neuquén. El hogar del living está prendido, mi viejo se dispone a preparar el morfi para la cena. Voy hasta mi pieza, me suelto en la cama y prendo la tele. Vuelvo a la cocina y busco algo para comer y tomar. Camino por la casa, me cruzo con las gatas, vuelvo para la pieza, veo la luz encendida en el dormitorio de mis viejos. Los dormitorios tienen alfombras. Alcanzo a ver el teléfono rojo sobre la mesita de luz de mi viejo. Hay dos teléfonos en casa. Uno inalámbrico en el living, una rojo en su pieza. Entreveo el teléfono en la mesita de su dormitorio, la luz encendida, yo camino a mi pieza con un vaso y un platito. Me tiro a ver tele. “Qué embole que tengo”, pienso. Vuelvo al living, mi hermano habla o hace algo en la pieza, escucho un retumbe. Y encaro el pasillo de nuevo, rumbo a mi platito y mi vaso, y vuelvo a ver el teléfono rojo en la mesita. “¿Cómo era el número de la tontita esa? Podría llamarla, ¿no? Si estoy más al pedo que la mierda”.
“Naaaa, para qué tener que armar una charla de quién sabe dónde”.
Me tiro a ver tele de nuevo y al rato me paro, ya casi es de noche, mamá no está en su pieza. Voy al living, acomodo el fuego, agrego un tronquito, vuelvo a buscar mi vaso y me meto en la habitación de ellos. Me siento en el borde de la cama matrimonial, pegado a la mesita, y pruebo: cuatro cuatro seis seis dos cero cero. Suena una vez, suena otra vez, luego otra vez, y me atiende ella.
Bien. Entonces lo que sigue es más o menos así:
Arreglamos para vernos, chapamos un par de veces más, me invita a almorzar a su casa, me pasa a buscar en un auto con su familia, almorzamos, vuelvo otra tarde a su casa, nos ponemos de novios, nos la pasamos juntos, sumamos algunos viajes, algunos problemas menores, las primeras pruebas interesantes en el sexo minuto a minuto, casi tres años de novios, yo dejo la carrera de letras, me voy a estudiar comunicación a 50 kilómetros de mi ciudad, ella se recibe del secundario, la pareja corre peligro porque su destino inmodificable era Córdoba, hablamos sobre la posibilidad de que ella se quede, hablamos sobre la posibilidad de que yo siga estudiando en la ciudad de Córdoba, donde no conozco ni el nombre de una calle. Mi viejo se queda sin trabajo, López Murphy recorta el 13 porciento a las universidades, entran todas en paro, pierdo un cuatrimestre, mi suegro me ofrece un departamento para vivir en Córdoba con el novio de mi cuñada; pienso en un lugar que no conozco para empezar de nuevo; pienso en el enamoramiento ciego que tengo para con mi novia, la chica del Papa Noel en navidad, y digo que sí. Me paro un martes a la madrugada en la cocina de mi casa: le digo a mi mamá –estaba lavando los platos– que me voy a vivir a Córdoba, donde obviamente se va mi novia, y a estudiar. Ella dice que yo no sé lo que digo. Nunca me animo a decírselo a mi viejo. El tiempo pasa, la noticia se vuelve realidad, se charla, brota enero y se carga el auto, partimos hacia Córdoba en el Senda. Me instalo en el departamento, me anoto en la carrera de comunicación, el novio de mi cuñada decide irse a vivir a otro lado, quedo solo en el departamento, vivo a cincuenta metros de la municipalidad de la segunda ciudad más grande del país en un departamento prestado y no tengo gas natural. Comienzo a estudiar, casi convivo con mi novia, la chica del Papá Noel, se pudre todo, ella se cree responsable por mí, me deja de querer, me deja. Siento que se me rompe el corazón. Sigo viviendo un tiempo en el departamento de su padre. Armo una cotidianeidad con mis amigos cordobeses, que conozco gracias a un amigo neuquino que me incluye en su grupo. Explota la Internet, comienzo a sacarle el jugo a la casilla de mail que mi ex novia (la chica del Papá Noel) me había creado, y salgo todas las noches, y me emborracho, y me alimento con muy poco dinero. En la casa de uno de mis amigos de Córdoba se le pudre todo con Internet y con los contactos de su chat y se le mezclan con los de su hermana, y una noche más en la ciudad de la que no conocía ni el nombre de las calles, la hermana de mi amigo aparece en mi chat y cruzamos dos palabras. Pasa el tiempo, sigo rodando por ahí, sigo estudiando, voy al cumple de mi amigo, éste del quilombo de sus contactos, y conozco personalmente a su hermana, la mujer más misteriosa que había visto en mi vida, pelo rubio, ojos negros, piel verde, una sonrisa para presentar un proyecto de investigación y estudiarla. Ella toma un libro, y antes de leerle la tapa, lo huele por dentro, hace correr las hojas. Me atrae desde el primer momento en que la veo, la busco, pasa el tiempo, me beso con ella, pasa un poco más de tiempo y me enamoro, nos ponemos de novios, forjamos una relación que nunca ninguno de los dos hubiese imaginado, se convierte en la mujer más importante de mi vida. La admiro, la contengo, me contiene, nos acompañamos, pasa el tiempo, llegamos a juntar casi seis años de novios. Ella, a su manera, es brutalmente inteligente. Mucho tiempo antes de todo esto último, se me empiezan a caer los pelos, trabajo en una revista literaria, me enseñan a leer, me enseñan a escribir, me enamoro de la escritura en Córdoba, empiezo a mirar el mundo desde otra ventana, viajo regularmente a mi casa en el sur, me convenzo de que ese es mi lugar aunque en esa etapa no viva allí, me hago amigo de mis viejos, me hago amigo de mi hermano, comienzo a ser consciente del amor palpable y vital que siento por ellos; por mi posición geográfica, comienzo a hacer lo que tanto había deseado: visito a mis hermanos del corazón en la Capital Federal, mis dos hermanos del alma, donde mucho tiempo antes habían decidido estudiar, y los visito con regularidad, cada dos meses, más o menos, y conozco allí sus entornos, me siento parte de ellos, conozco a sus amigos, a sus amigas, los admiro, comienzo a quererlos y a necesitarlos a todos ellos, se me vuelven casi indispensables, y comienzo a conocer la ciudad desconocida donde ellos viven y donde yo nací, y comienzo a disfrutar de la Capital Federal con locura. Vivo viajando, al sur, a la capital y a Córdoba, reniego de varias cosas pero vivo bien, sigo trabajando en las letras y publico un libro de cuentos, y varios cuentos en antologías, trabajo de editor, mejoro la prosa, me contratan para corregir tesis, conozco a personas increíbles que viven en el borde de la literatura y las termino adorando y admirando, me enseñan a ver distinto el fango de las letras, me invitan a publicar en diarios de Buenos Aires, de Córdoba, en revistas; soy jurado de un concurso de cuentos, me invitan a dar talleres, termino la licenciatura en comunicación, me gano una beca, comienzo un doctorado. Las personas son totalmente distintas en una ciudad que ya es mía, en parte, y yo soy totalmente distinto aquí y allá y en todos lados, y estoy separado, por contingencias del tiempo y de las acciones y de las preguntas propias y ajenas, de la mujer que me acompañó en esto de resistirme a hacerme adulto, pero la elijo, voy a luchar por ella, el tiempo que una narración infinita lo requiera, y me debato, a veces con ansiedad, a veces con calma, a veces con pánico, a veces con esperanza, entre las cosas viejas y las cosas nuevas que acepto: pienso, como dice Alessandro Baricco, qué cosas quiero arrastrar de mi pasado para que se acostumbren a las mutaciones de lo que vendrá. Y hago una lista mental, y creo que tiene sentido, creo que las cosas, si me calmo, tienen sentido, y vuelvo a elegir de a poco, muy de a poco, lo que quiero. Creo que a veces uno se desliza a la banquina y cuando piensa que más elige, menos libre es, y esto, justamente, esta idea que parece contradictoria, es la que me despertó hoy domingo, lo que había en mi cabeza cuando retorné a la vigilia en esta mañana calma, aquí en este departamento en el que vivo con mi gran amigo de un pueblo que se llama Porteña y que en la reputísima vida hubiese conocido si las cosas no hubiesen sido así. Esta es la idea que me despertó hoy, la de una confusión entre la capacidad de elegir y la libertad; esta idea mezclada con un tiempo verbal, o mejor dicho, con una palabrita, el hubiera o hubiese, que ayer se me ancló también en la mente porque mi amigo, mi concubino, me pidió que le corrigiera un cuento.
“Es una conjugación bastante puta”, le dije, y él dijo que sí, que “claro”.
Y esta mañana pensé en las banquinas, y las elecciones, y la libertad, y todo eso pero a través de una pregunta extensa pero mínima, detallada, ínfima, de invierno avanzando sobre una ciudad; una pregunta de miércoles a la tarde-noche mientras tu viejo, en tu casa, hace la comida, y mientras uno no piensa en otra cosa que no sea evitar el colegio y salir a bailar el finde. Ahora cuelgo este texto burdo, cursi, pusilánime, pero íntimo, de domingo, y voy a llamar a la mujer más importante de mi vida, para decirle lo que pienso.
La pregunta es la siguiente:
¿Y qué hubiera pasado si ese miércoles de tarde-noche caminaba una vez más a mi pieza para buscar el vaso y el platito, sin relojear al pedo el dormitorio ni el teléfono rojo de mis viejos, y sin acordarme tampoco de ese número fácil de esa minita? ¿Qué hubiera pasado si me iba a pelotudear con mi hermano a su pieza, en virtud del embole que yo cargaba, para hacer un poquito de tiempo antes de cenar?
La respuesta es esa misma que pensé dos segundos después de plantear la pregunta, y tres segundos antes de poner las patas en el suelo para empezar el día:
Y a mí qué carajo me importa.
10 comentarios:
Excelente, man!!
El remate es preciso, como una levantada de hombros. Un correrle la cara a esa pregunta y esa conjugación!
Hago de jurado de "Escribiendo por un sueño": mi puntaje es...9!
corre lola, corre.
estarías como yo: acostado con un vaso en la mano y un platito con un sandwich. Sin haber hecho nada y sin hacer nada.
Hasta las manos papi. Cómo hacés para no dejarte tranquilo el cerebro con todo esto que pensás. Yo no duro dos días. Meo en un baño de bar, apenas, y vos con eso hacés novelas. TRXLXZO.
Las cosas del pasado siempre nos acompañan, no las podemos arrastrar. Si pudièramos elegirlas y ademàs pudièramos mutarlas para encarar el futuro es porque antes aprendimos a ser libres. No es poco.
demasiado real, vigna, casi igualito a tu vida, dejate de joder.
Cómo te gusta la porquería ajena, JQ, acá te movés como pez en el agua!
Podrías ofrecer un taller sobre este tipo de relato, te iría bien
esa pregunta también tiene un eco a pizza de pollo de la ochava
Todo eco es eco de pizza, y de pollo, Portátil(es)
Si puede ser que el texto no quede tan ancho, creo que se podría leer mejor.
Tanta anchura le quita efecto a muchas cosas.
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