9.2.12

Para Luis.

Luis, hoy es 8 de febrero del año 2012. Hace un par de semanas cumpliste años en un hospital de mierda, o una clínica mejor dicho. Nada más alejado de cualquier tipo de cumpleaños que vos podrías haber pasado, nada más inmerecido para un inquieto. Cómo vas a pasar un cumpleaños acostado, es ridículo. Te moriste hoy. Hoy, 8 de febrero, te fuiste, Luis Alberto querido del alma, cuerpo frágil de mente potentísima hasta el insomnio eterno, cuerpo elastizado y versátil de mente sólida y volátil, cuerpo de dedos virtuosos, de voz fina, blanca, amarilla, un tanto apagada cuando así lo necesitabas (te pedían, lo vi con mis propios ojos, que cantaras más cerca del micrófono; tus amigos se ponían contentos cuando cantabas bien cerca del micrófono), un tanto chillona cuando tu armonía extraterrestre lo requería, un tanto rabiosa cuando ponías bombas en las veredas odiosas de la realidad, voz rabiosa y guitarra saturada y rota cuando se te iba una mujer. Hoy te fuiste. Ayer fue un día difícil para mí. Los anteriores también, pero ayer 7 fue difícil, tuve un día dificilísimo, tuve el cuerpo pegajoso y la mente nublada por la humedad, por el cielo encapotado, por mis pensamientos. Y hoy te fuiste. Ayer a la madrugada llovió. Cayó un chaparrón como esos que caían en tu barrio cuando yo era chico y era verano, y pasaba las madrugadas despierto, en la calle Gándara, bajo el silencio más absoluto. Cayó ayer un chaparrón con relámpagos que barrió la pesadez de la última semana; disolvió, con humedad, toda la humedad que venía atormentándonos, como si un equilibrio contradictorio, mal parido, hubiese estallado, como si dos cosas de misma esencia chocaran para disolverse entre sí. Humedad absoluta mató a humedad casi total, opresiva. Hoy te fuiste. Estaba trabajando en el sillón, me quedé circunstancialmente dormido. Así, con esa palabra, para que la uses en alguna canción, para que titules un disco. Circunstancialmente. Cuando me desperté, fui a Internet. José Luis Comba, mi amigo, que te entiende pero aún no quiere caer del todo abrumado por lo que hiciste, había puesto un video tuyo, un video de la canción “famosa” que más joven escribiste, y puso sobre el video una sola cosa: amén. Se me cayó la cabeza, Luis. Pero en un punto estuvo bien que él me anoticiara de tu muerte, porque él tuvo que entender la muerte, y el “mañana es mejor”, y los silencios que siguen a la muerte, esos que van alimentando a la vida de a poco, como un motor que se detiene y después vuelve a arrancar. Él tuvo que entenderla mucho antes que varios de nosotros. Tuvo que entender la sensación de pérdida desde chiquito, porque se le murió el papá cuando lo menos recomendable es perder al padre. Hoy, a través de una palabra de José Luis, una palabra que significa “así sea”, me enteré que te moriste. Trato de pensar en todas las cosas que dijiste durante tantos años, en el mañana es mejor, en tu tendencia irrefrenable a ir hacia delante, trato de pensar en las figuras mágicas que trabajaste con el cuerpo y la voz para que creyéramos ir un poco más allá con el alma incluso entumecida, pero me cuesta ahora, me cuesta mucho, porque te acabás de morir y sinceramente no concibo la idea de que tu cerebro ya no viva más, que no produzca elementos del mundo, matería sonora, cósmica, frases, palabras como la que escribiste para todos cuando sabías que te estabas marchitando: “no panikeen”. No panikeen, dijiste. Inyectaste una jeringa de complicidad en cada uno de los que te quieren con una puta palabra, mientras te veías el cuerpo marchito. Eso, Luis. Frases. Ahora me cuesta, porque ¿cómo va a ser ahora? ¿Quién va a fabricar esas frases, esos recortes de canciones que materializan una revelación inútil? Yo no sé, todo bien con el mañana es mejor, no lo dudo, es la política que nos va a permitir recordarte con la posibilidad, aún, de generar deseo, pero vos sabés bien que la chance es una sola, que somos burbujas dijiste, y vos explotaste, la reputísima madre que me parió. Explotaste. Ya está, diría Damián, mi hermano. Está bien, hay que aceptar la derrota. Trabajaré para eso. En la eternidad buscando un paso en ti, amor. Pero Luis: vos, justamente vos, ¿ahora estás ahí? Vos, que la inundaste de vida, ¿ahora la tenés encima? ¿Cómo es ahí, Luis? ¿Qué hay? No me refiero a la gilada de que es como la nave del capitán Beto y todas esas asociaciones poéticas de mierda: todas las canciones hablan de vos ahora, yo lo que pregunto es cómo es ahí, Luis. Pienso en tu cerebro. En tu manera de respirar. En las posibilidades manejadas por la conciencia: la conciencia, Luis, tu arma impostergable. Tu metralleta abominable, la conciencia. Lo que permitió que nos apartáramos de la conciencia nuestra, a partir de la tuya. Pienso en las posibilidades que debés de haber manejado desde julio hasta hoy, en todo lo que debés de haber imaginado hasta hoy que te quedaste sin lenguaje. Hoy 8 de febrero te quedaste sin lenguaje. Ahora, en este preciso momento, tu cerebro se está endureciendo, la parte material, el órgano en sí. Pero la otra parte, Luis, vos, ¿dónde están? ¿Podés hacer música ahí? Entre esas posibilidades que uno maneja, la primera que me surgió a mí fue la más divertida y práctica, la más sincera. Pensaba, cuando chico, que para resistir a la muerte sólo había que mantener los ojos abiertos. Pensaba: si me mantengo así, sin pestañear, yo de acá no me voy. Luis Alberto, durante todos estos meses pensé que tu mente no iba a sucumbir ante la enfermedad; me parecía imposible, ridículo. Pensaba: esa mente, lo que carga, lo que renueva, no se va a ir así nomás de acá. No tiene que ver con tu forma de hacer las cosas, Luis. Pero hoy te moriste. Tu mente no sucumbió, tu alma menos, pero tu cuerpo sí. Hoy te moriste. Es lo que nombran en los diarios, en Internet, en la calle, en los velorios, como una “pérdida”. Infantilmente pequeña la palabra “pérdida”, Luis, para renombrarte. Pérdida es una palabra ingenua en algún punto, Luis. Hoy te moriste. Ahora sí te podés tocar el alma, y yo, sinceramente, no sé qué tocar, qué pensar, cómo unir mi conciencia, con tu peso encima, a mi cotidianeidad. Cada vez que salga de esta casa, y que vuelva a entrar, no vas a estar más. Cuando vuelva a dormir no vas a estar más, vos no vas a estar. Pero somos reproductores, Luis. Eso es verdad: somos reproductores. No puedo concebir que tu conciencia, tus ideas ahí, al toque, como un pase al pie, ya estén muertas, pero como reproductores que somos está en nosotros ahora ver si tenés razón, si mañana es mejor. Así que a no relajar la inquietud, las preguntas, el alerta perpetua. A todos nos hablo. Si somos reproductores, si mañana es mejor, a estar a la altura de la conciencia de Spinetta, entonces. El que se queda quieto, que se baje. Somos reproductores. Me comprometo desde mi lugarcito a seguir moviéndome, en agradecimiento a vos. Voy a tratar de estar a la altura de las circunstancias. Ahora, lo que más destruye, es el protocolo negro, las esquirlas de tu muerte. Ver los diarios llenos de vos, los suplementos llenos de vos, las fotos, los homenajes. Eso ahora me mata porque sé que los voy a leer a todos, en silencio. 

¿Qué empieza ahora, Luis? ¿Qué es lo que empieza cuando todos los diarios saquen sus suplementos, los canales transmitan tu cremación, hagan alguna nota a Pomo, a Machi, a Emilio, al Mono (las pelotas le harán una nota a Fontana) y después sigan haciendo girar la máquina? Algo tiene que empezar para vos. Es una cosa atrás de la otra, siempre lo hiciste así. Así que algo tiene que empezar. Tu conciencia, Luis, tiene que estar en algún lado. No puedo ni quiero pensar otra cosa. Podría decir lo que dicen todos. Tu imaginación desbordante, la libertad de pensamiento, el surrealismo que supiste canalizar, la poesía del rock, sí, todo lo que quieran, pero lo que me hace llorar a mí es la pérdida de tu conciencia, como me hicieron cagar todas las conciencias que se fueron esfumando. Lo insoportable esta noche, Luis, es eso. La ridiculez, adolescente si querés, desmesurada, cursi, de llorar tu conciencia, como si fueras un padrastro, un guía espiritual, una deidad. Pedir por tu lenguaje. Pedir por tus armonías. Pedirte por lo que nadie se anima a reproducir de lo que hiciste. Mi hermano dice que por lo menos te fuiste tranquilo, nos mandamos unos mensajes. Los medios dicen que estabas rodeado por tus hijos. Pero no se puede ni prender la tele: justo antes de que termine el día, un noticiero mostró una morguera verde apuntando de culata contra la puerta de tu estudio, para sacar tu cuerpo de ahí. Podrán sacarte el cuerpo, podrán mañana quemarte hasta volverte ceniza (eso también es inconcebible, Luis: te va a comer el fuego. Tu rostro flaquito, tu materia, será comida por el fuego. No sé si eso está bien o mal, si es consecuente o no. Sinceramente ahora no lo puedo saber), pero ahí dentro deben haber quedado cosas, ¿no? Si vos ya sabías que te morías, algo dejaste. Algo, ahí, dejaste. 
Si ya sabías que te morías, ¿qué pensaste cuando todas estas noches caminabas a oscuras por el estudio apagado, sereno? ¿Qué pensabas cuando acariciabas, solo, la consola de tu diosa salvaje, rozando las perillas como quien se despide de una mascota? ¿Qué pensabas, Luis? Dale. Decilo de alguna forma. Decilo. Decilo, la concha de tu madre, decilo. Ni tu mamá se murió, Luis, y vos sí. Decilo. Algo dejaste. Me juego el forro de mis dos huevos. Alguna instrucción diste. A alguien, o al aire. Hoy me quiero dormir pensando en eso. Mañana será otro día, veremos. Pasado será otro, ya veremos dónde aparecerás diciendo, en qué momento, transmutado en qué silencio, prefigurado en qué vuelo. 
Tal vez mañana despiertes sobre el mar. El mar.

4 comentarios:

Cristal dijo...

Último disco Un mañana. Último show con bandas eternas. Un tipo sabio. Tan verdadero como la tristeza y la bronca de tu despedida.

Abrazo,
M.

Anónimo dijo...

Genial loco, muy lindo, un chorro de palabras, de amor. Ojalá haya dejado algo grabado pero en Un mañana hay un verso que dice "veo en el silencio amor", me sumo a M y, también, un tipo sabio.
Todo este mes me acordé de él porque veía durmiendo a mi hija recién nacida y pensé en "Plegaria para un niño dormido" y con mi mujer deciamos qué genio ¿no? haber puesto la mirada ahí, porque nos dabamos cuenta que no parabamos de contemplarla mientras dormía y esa canción ponía sonido y palabras a ese momento.
Che, bueno, te mando un abrazo

alberto rm

Seba Pons dijo...

Gracias, Diego, por publicar, por compartir para que otros lean. Uno no sabe cómo pasar esto solo, y esto duele, carajo, mucho. Gracias.

Norma dijo...

Acabo de leer sobre Luis, gracias por decir lo que decís, se hace más fácil pensarlo lejos pero no logro no emocionarme únque esté sentada en un escritorio