24.2.12

Vicente Federico Luy (1951-2012)


Ayer murió Vicente Federico Luy, poeta cordobés incómodo, al que todos a partir de ahora homenajearán y reivindicarán como un poeta "de otro mundo". No lo conocí: siempre lo escuché de lejos. Posiblemente se produzca la situación conocida de fabricar un mito humilde, limitado, en torno a su persona, a lo que supo ser, a lo que no supo solucionar, pero ante todo un mito de sus fugas: parece que Luy tenía la virtud de decir o hacer lo del costado, lo que nadie esperaba, con el condimento extra de que sus dichos o acciones generaban, además de sorpresa, cierto rechazo o cansancio, y una posterior huida de quien se cansaba o del cansador. Eso me lleva a pensar en el efecto de la noticia. Luy murió en Salta, no en Córdoba. Parece haber cansado a todos, pasó los últimos años mal, pero algunas personas lo bancaron dentro de sus posibilidades. Habría que quedarse con esa intención. La de quienes conocían la esencia del poeta y asimismo hicieron lo posible para no fugarse ante su presencia. Algunos pocos, me da la impresión, lo vieron fugarse a él. Otros muchos se fugaron antes, cuando aparecía el olor del conflicto. Ahora ya no hay posibilidad de conflicto, porque murió: una idea que no sorprendía anteayer porque estaba supuestamente loco, una realidad que sorprende hoy porque está muerto. 
Luy no era de otro mundo, era de éste. Quizás podía ver, como dice mi amiga Elisa, las letras verdes cayendo, el código del fondo del mundo. Por lo pronto, es evidente que no le encontró la vuelta a lo que él pretendía como condiciones necesarias para mantener el sentido de las cosas. Y bueno, eso le pasa a tanta gente, le ha pasado a tanta gente que por qué no podía pasarle a él. Si de hecho podría pasarnos a nosotros de acá a un tiempo.
Gente que lo frecuentó me ha contado que una de sus rutinas era intentar suicidarse pero con aviso previo. Así lo han salvado, según me contaron, varias veces. Eso generó cinismos de todos colores. Sé de escritores que tienen sus libros porque alguna vez, en medio de algún intento de suicidio, fueron a su casa y se los llevaron, así de simple. Personas que lo tuvieron cerca, de casualidad, en algún momento, y que escucharon de su boca "quemen todo lo mío", o "llévense lo que quieran", o lo que fuere, y cumplieron: se llevaron sus libros callados, pensándolos como mercancías, disfrutando de la oportunidad. La única vez que vi y toqué su libro La vida en Córdoba, fue porque me lo mostró un escritor que lo había sacado de la casa de Luy. Había un aire de satisfacción en la escena, recuerdo incluso sonrisas de triunfo, porque se trataba de una mercancía, no de un libro único e histórico, de un poeta "enfermo". Se trataba de un libro de otro mundo por lo único de la oportunidad: imposible de reeditar tal cual fue pensado, imposible de comprar si hubiera estado en una librería, se trataba de un botín, un elemento del mercado. Un libro de plástica o de  fotoperiodismo pero hecho por Luy con los restos de su herencia y obtenido de su propia casa, como en un robo consensuado. Un libro transformado en mercancía no por su autor, ni por su editor, sino por sus lectores. Repique de redoblantes y platillo final, por favor.
Copio una nota-despedida de Emanuel Rodríguez publicada esta mañana. La nota es simple y buena, con los poemas que él eligió para despedirlo. 

Llueve y alguien está diciendo “llueve”.
Si me equivoco contradígame con amor, porque con amor digo.
Si erro póngame maestros, que luego yo les enseño, porque con amor hago.
O ustedes, ¿Por qué creen que llueve; porque hace falta? ¿creen que llueve porque sí? ¿por qué carajo creen que llueve?
Llueve; y no solo eso; la verdad es que hay un monton de gente diciendo “llueve”.
De a uno empiezan a notarlo, y no lo pueden evitar; simplemente dicen “llueve”.
Porque llueve.
Si me equivoco contradígame con amor, porque
con amor digo.
(De No le pidan peras a Cúper, 2003)
Quería volver a casa y lo decía, lo repetía con la insistencia y la desesperación de quien no es escuchado. Vicente Federico Luy, poeta, agregó a su biografía el jueves por la mañana una nueva muerte, esta vez con certificado de defunción. Sus restos serán cremados en Salta y luego trasladados a Córdoba, donde serán depositados junto a los de su abuelo, el poeta español Juan Larrea.
Algunas otras veces, partes de él se habían ido de este mundo en el que conoció los extremos de la felicidad, la locura y la tristeza y sobre cuya superficie ya no quería caminar sin ser amado del mismo modo en el que él mismo había amado: muy a fondo, muy sin que nada más importe, muy para siempre, siempre.
Eso es una pollera; eso es una mujer. Una mujer con un cigarrillo en la mano. Tiene las uñas pintadas y toma un té. Parece bonita. No me interesa ninguna otra cosa en el mundo. (De La vida en Córdoba, 1999)

¿Quién fue Vicente Luy?Un poeta. ¿Qué es la poesía? “En teoría, la única ciencia que se ocupa del problema”. Anecdóticamente hablando se lo recordará como miembro fundador de los Verbonautas, como editor y autor de un libro colosal en el que invirtió gran parte de su herencia, La vida en Córdoba. Se lo recordará por eventos de ligero escándalo social, como la vez que empapeló Córdoba con afiches con gente desnuda y la frase “lo esencial es invisible a los ojos”. O como la vez que armó un sitio de apuestas on line en la prehistoria de internet e intentó publicitarlo en Página/12 con un cartel que decía “apuesto 100 a que el Papa muere antes de fin de año”. No lo dejaron, y entonces empapeló Córdoba denunciando al diario por censura. O como la vez que descubrió que otro poeta, Alejandro Schmidt, había perdido a su madre en el mismo accidente aéreo en el que murieron sus padres, cuando Vicente tenía un año de edad. Y no sólo eso: Schmidt y Luy habían nacido el mismo día.
Anecdóticamente hablando, fue autor de una poesía confesional, de tono pedagógico en algunos casos, pero de una pedagogía divinamente perversa.

Lo que está mal está mal.
Pero lo que está bien
también está mal.
Charlalo con tus padres.-
(De Vicente habla al pueblo, 2007)

Su primer libro tiene un título clarísimo respecto de su diagnóstico de muerte: Caricatura de un enfermo de amor.

Inconscientemente vamos por un camino, y concientemente
nos ponemos a buscar otro camino, en vez de hacer
conciente el camino por el que vamos.-
(De Caricatura de un enfermo de amor, 1991).

Después incluyó fotos y recortes de diario y dibujos de sus novias enLa vida en Córdoba, un libro gigantesco y vitalista, un salto de entusiasmo después de una orgía. No se hacían esas cosas en Córdoba, y él las hacía.

¿Por qué los secuestradores prosperan?
¿Por qué sonríen los diputados?
Tienen plan.
Vos no tenés plan.
(De La vida en Córdoba, 1999)
En ese tiempo fue anfitrión de fiestas delirantes en su casa de Salsipuedes, una vieja casona de campo convertida en búnker: Vicente le había mandado a Carlos Telleldín, procesado en el juicio de la Amia, un poema acusándolo de una violación. Cuando Telledín salió en libertad, Vicente temió por su vida e instaló vidrios blindados. Decía que esa casa tenía, además, un refugio antiatómico en el sótano.
Por esa época publicó Aviones y No le pidan peras a Cúper, libros de “poesía exprés” al calor de los acontecimientos sociales. Comenzó a desarrollar un estilo de aforismo poderoso: “Si va a morir gente, votemos quiénes”. Dos años más tarde reunió lo mejor de su poesía en La sexualidad de Gabriela Sabatini.

¿Venderle el alma al diablo? Sí, pero cara.
Y si se puede, venderle también otras cosas.
Y venderle a Dios lo que el diablo no compre.-
(De No le pidan peras a Cúper, 2003)
Hubo algo ahí, un cambio en su vida: sin posibilidad de disponer de tanto dinero, se vio obligado a dejar el tenis y los taxis a Córdoba. Solía contar que ir a terapia le había destapado recuerdos terribles de su infancia. Perdió peso y cinismo, y había un gesto suyo de cuando una idea venía a su mente, que ya no tenía la misma frecuencia ni la potencia de otras épocas. Se le ocurrió invertir en un proyecto digital y perdió mucho dinero, se peleó con sus amigos, comenzó a sentirse cada vez más perseguido.
Entre 2 tablitas de la persiana de la habitación de la casa que alquilo en Argañaraz y Murguia y San Carlos no cabe un marlo de choclo, pero sí una mirada asesina.
Por eso estoy paranoico. 
(De Aviones, 2002).
Siguió editando poesía: Vicente habla al pueblo¡Qué campo ni campo! y más tarde Poesía popular argentina, su última antología y, decía, el primer libro que no debió pagar.
Sus últimos años fueron de miseria y sufrimiento: pasó una temporada internado en el Borda en Buenos Aires, y después de fugarse intentó reconstruirse en un departamento de Alberdi. Escribió un poema sobre un intento de volver a casa:

¿Qué sentí mientras esperaba dormirme?
Que ni estaba más lúcido ni más en contacto.
El desinterés cósmico; eso sentí.
(De ¡Qué campo ni campo!, 2008)
Le había puesto todas las fichas a vivir de la poesía, pero las cosas salieron mal, a pesar de que su obra marcó a una generación en Córdoba y comenzaba, de una manera cruelmente lenta, a ser reconocida fuera de la provincia. Se sentía “mental, sexual y tenísticamente disminuido”, y estuvo a merced de la sobremedicación durante varias temporadas.

Rataplán Eduardo no era el perro más fino del barrio,
pero era mío y lo pisó un tractor.
Yo no vi que lo pisara un tractor, pero lo pisó un
tractor. En la esquina de Ricchieri y la casa del
flaco Silva. Y casi no me dolió.
Yo sólo pensaba en Dios, y vivía en consecuencia.
No tenía mujer, tenía paciencia.
Pero Dios no vino a mí.
Agradecido, puto; realmente agradecido.
(De La vida en Córdoba, 1999)
En el último año había recuperado cierta rapidez para el chiste y había vuelto a escribir. Flaquito, tembloroso, tenía el aspecto de un pajarito después de millones de tormentas. No fui un buen amigo, pero él me siguió escribiendo: un día antes de su muerte me pidió que me hiciera cargo de sus últimos poemas, que los publique. El último mensaje en verso que me escribó lleva como título las iniciales de abuelo: JL. Dice:

Abuelo, abuelo Juan, me complicaste, pero a nadie amé en la vida como a vos.
Llevo 30 años sin poder hacer el duelo.
Es probable que el mundo sea más benévolo con él, ahora que ya no podemos darle la espalda. Tenía 50 años y dejó una obra conmovedora e inteligente, una de esas cosas que si no te ayudan a entender más el mundo al menos provocan que te pares en él de un modo diferente. Que prestes atención a determinadas cosas. Que ames para siempre, siempre.

¿Tus palabras no atraviesan las paredes?
Modifica tus palabras.
(De No le pidan peras a Cúper, 2003)
Provocó y no escuchó respuesta, o acaso no había respuesta posible para lo que Vicente pedía. Mantenía el humor en los peores momentos, se reía de la vida y de la muerte, y era generoso con todo lo bueno que producía. Uno de sus mails dice: “Fui a Pare de Sufrir/ y me dijeron que vuelva en Mayo/. Si llega a ser un gag, es mi regalo para vos”. Agradecido, puto. Realmente agradecido.-

Nota de esta mañana del 24 de febrero de 2012, publicada acá.

7 comentarios:

Maria Cruz dijo...

Como vos dijiste: no lo conociste.
Vicente era una persona noble, desinteresada, llena de amor, como un niño inocente. Yo si lo conocí, y vos no tenes ni puta idea!

Diego Vigna dijo...

Hola María, acá Diego. No sé si fui medio torpe para escribir, pero me gustaría saber qué te hizo enojar de lo que puse, como para que me agredas. Efectivamente, no lo conocí, lo he escuchado muchas veces, desde un costado, y puedo dar cuenta de todo lo que decís. Era un tipo noble, y sobre todo desinteresado. No como un niño inocente, sino como un adulto consciente de todo, y desinteresado. Después, si volvés a pasar por acá, explicame por qué agredís, qué entendiste de lo que escribí, y capaz puedas desenojarte. Un beso.

Diego Vigna dijo...

Me quedé pensando, así que aprovecho para decirte algunas otras cosas. Lo que quise escribir fue lo me pasa cuando alguien valioso muere, y su muerte dispara lo que nadie le decía en vida. Me cansé de escuchar a gente que lo frecuentaba diciendo "está para atrás", "y, la pasó muy mal y se limó", "está cansado de vivir", "amaga pero no se mata". Escuché muy pocas personas bancarlo a muerte, siempre, acompañarlo. Uno de ellos es Emanuel Rodríguez, que lo hizo hasta públicamente, no ahora, sino siempre que lo leí. Entonces: cuando me refiero al mito, y a que cualquier de nosotros puede pasar por lo que le pasaba a él, quiero decir esto: me gustaría saber qué dirán todos los que reducían su ser a su supuesta locura, los que disfrutaban su poesía pero esquivaban su persona, los que entraban a la casa y se llevaban sus libros sólo porque él "les había dado permiso", con ese mismo desinterés que señalás, María, y que siempre tuvo evidentemente, estando bien y estando para el orto. Eso quise escribir. En algún punto, cómo muchos no entendieron su ser. Su manera de ser. Su desinterés, en todo sentido. Saludos

Maria Cruz dijo...

Yo también me quede pensando. Te pido disculpas, te ofendí, no era la manera. Es la sensibilidad, la tristeza de la noticia que me llevo a ser desinhibida y maleducada. Para que decir más, si después de todo, ya no está. Cada cual lo recordara como quiera. Saludos. Tené un lindo día. Y disculpas otra vez.

Anónimo dijo...

a festejar¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

Anónimo dijo...

ALEGRIA y si, a festejar, todavia recuerdo su sobervia al entrar a la disqueria del perro y tratar a todos como si fueramos sus empleados, sentirse dueños de la empresa y de nosotros, hasta dueño de la moza del bar. seguro que tendria algun rencor con la clase trabajadora, de la cual nunca se sintio parte, pues nunca supo lo que es el trabajo real. Levanto mi chopp y ME ALEGRO MUCHO.

ondina dijo...

me parece qque enoja de tu escrito, del tono de la redaccion, es el atrevimiento que se vislumbra de ponerte a repartir culpas y juzgar a la gente que rodeaba a Luy.... como bien dijiste sin conocerlo