10.9.07

Alain Delon

En este momento estoy volviendo a la escritura.

Hice todo lo que la vida puede: redacté un sólido proyecto de investigación y lo hice papel para presentarme a una beca de posgrado; lo logré. No tengo el resultado de la beca, pero cumplí con los plazos. Comencé a redactar mi tesis con una cierta regularidad. Leí fragmentos y notas al pie de muchísimos libros; me senté en la punta de la cama para imaginar un mapa, un recorrido del trabajo. Comencé a redactar, insisto, con cierta regularidad. Trabajé en la oficina vidriada de la dependencia que me emplea, con todas las fuerzas disponibles, y fui retado por priorizar un trabajo sobre otros. Fui engañado por agentes inmobiliarios. Hice fotocopias de mis garantes, imposté la voz en el teléfono, aseguré no ser un estudiante, me definí como una persona seria. Me preguntaron por la vida que llevaba y dije “tranquila”, dedicada, con cierta regularidad, a la escritura. Y me engañaron. Hice trámites, embalé cosas, compré tarjetas de diez y veinte pesos para el teléfono celular, pregunté por el monto de algunas expensas, pregunté por las condiciones de los contratos, le pedí dinero a mi madre, discutí con mi padre, me repitió cuatro o cinco veces que a partir de un momento determinado (que yo sabría reconocer) debería arreglar mis cosas “sólo con ella”. Negocié la entrada a un nuevo departamento con un corredor inmobiliario calvo, elegante sport, de nombre Alcides. Negocié la salida de mi actual departamento con un abogado de apellido Maquiavello. Intenté negociar un calefactor, una cocina y una alacena como mejoras del departamento que dejo. Intenté disminuir un poco el gasto para luego aumentarlo, de a poco, en el departamento nuevo.

Creo que las cosas se van aclarando: estoy de vuelta, estoy de regreso, en esta sucesión de teclas vuelvo, por fin, a la escritura.

Las paredes de este lugar ya se han desnudado por su cuenta. Aquí no hay más luz que la de este monitor.

Me falta: quitar del inodoro la pastilla aromatizante de lavanda y lavandina. Recoger un calzoncillo marca Alain Delon, blanco, que cuelga de la barra de las toallas. Desconectar la computadora.

Tengo la impresión –algo, ahora, me sube por la garganta– de que alguna de estas tres cosas que restan debería quedarse aquí para siempre. Imagino el baño, abandonado, con tan rico olor. Imagino el baño con un calzoncillo de semejante marca colgando, lento, de la barra que suele recibir a las toallas. Imagino un departamento vacío, en silencio, manchado, con una computadora en el suelo.

Todavía no logro imaginarme a mí en otro lugar.

Pero creo que Alain se queda.

5 comentarios:

Mandui Hu'i dijo...

saludo el regreso. No se de dónde ni para qué, pero brindo...
H.

Diego Vigna dijo...

Igualmente Humberto! un abrazo

Jaramillion dijo...

Ahhhh... se te extrañaba hijo de mil. Qué bueno que volviste.

Anónimo dijo...

Estás en el UMBRAL. Parado, observando. En silencio.
Solo vos sabés que hay de un lado y del otro. Lo que eso significa.
Alain quedará sobre ese umbral hasta pudrirse por la luz del sol. Vos no mirarás atrás.
Jamás volverás a estar en ese umbral. Sin embargo por momentos lo extrañarás,solo un poquito, y te reirás despacito, casi sin hacer ruido. Pero ya estarás demaciado lejos y Alain ya estará muerto.

Lunita dijo...

no vale... el texto está muy bueno pero Alcides y Maquiavelo no me dejaron concentrarme!!!