Papel de regalo que no cruje. Fue comprado para ella
y por eso la escritura en el aire. El objeto en sí deforma más el dolor
que el acto de esperarla. Dentro del papel un disco tiende
a no girar, fuera de su clima el tiempo insistirá en encorvarse.
Hasta que nada asfixie, ni un alma en una cama.
Fue comprado para ella. Le pertenece la liviandad
de lo que podría ser el primer tirón y la verdad sobre
lo que parece un moño, el descubrimiento del ser, la música.
No es exagerado el grito visual, el tacto en la ausencia. El solo
intento de que un papel de regalo cruja, que devuelva
la narración a su estado pleno.
No hay líquidos. Sólo la erosión inmediata de un inspirar
que desborda al cuerpo, genera un roce, la finitud responsable
de un hombro, la sequedad en la muerte de los reflejos.
¿Hay que aprender a dormir?
Yo no soy quién para dormir sin ella. Un regalo cruje en este grosor.
Alguien tendría que moler las sábanas, hacerlas fricción, humo,
fuego.
22.5.09
20.5.09
Se viene un FULBAZO al alma
Gentes, el sábado 30 de mayo empieza un partido más del gran Kike Bogni, que pinta para ser el más largo e intenso del fútbol argentino. Salen a la cancha los dos primeros cuentos coleccionables de la flamante colección Fulbazo: "A la final" y "¡Orsai, che!". La presentación se realizará en el Centro Vecinal Granadero Pringles, ciudad de Córdoba, y todos estamos colaborando para que salga a la manera Bogni: es decir, de la mejor forma posible.
¿Por qué joder con esto? Porque es un caso único, donde está la oportunidad de leer buena literatura, pasar un buen rato con actividades para todos, grandes y chicos, y acompañar a Kike, un tipo que le ha puesto el lomo a lo que muchos le sacamos los ojos y además tiene tiempo para escribir, y además lo hace cada vez mejor. Quien lea esto tiene que saber que ese sábado, como bien indica el Flyer, habrá de todo. Música, juegos futboleros para competir, algo para comer y para chupar y, obviamente, los primeros dos cuentos de la colección. Que se propone editar cerca de quince.
Se lo espera, será un buen momento diría Mariano Closs (no sé por qué lo cito: jamás sería bien recibido en la presentaciónd e Fulbazo)
¿Por qué joder con esto? Porque es un caso único, donde está la oportunidad de leer buena literatura, pasar un buen rato con actividades para todos, grandes y chicos, y acompañar a Kike, un tipo que le ha puesto el lomo a lo que muchos le sacamos los ojos y además tiene tiempo para escribir, y además lo hace cada vez mejor. Quien lea esto tiene que saber que ese sábado, como bien indica el Flyer, habrá de todo. Música, juegos futboleros para competir, algo para comer y para chupar y, obviamente, los primeros dos cuentos de la colección. Que se propone editar cerca de quince.
Se lo espera, será un buen momento diría Mariano Closs (no sé por qué lo cito: jamás sería bien recibido en la presentaciónd e Fulbazo)
Chau viejo, sabés que te leímos todos
Me cuesta como nunca
nombrar los árboles y las ventanas
y también el futuro y el dolor
el campanario está invisible y mudo
pero si se expresara
sus tañidos
serían de un fantasma melancólico
la esquina pierde su ángulo filoso
nadie diría que la crueldad existe
la sangre mártir es apenas
una pálida mancha de rencor
cómo cambian las cosas
en la niebla
los voraces no son
más que pobres seguros de sí mismos
los sádicos son colmos de ironía
los soberbios son proas
de algún coraje ajeno
los humildes en cambio no se ven
pero yo sé quién es quién
detrás de ese telón de incertidumbre
sé dónde está el abismo
sé dónde no está dios
sé dónde está la muerte
sé dónde no estás tú
la niebla no es olvido
sino postergación anticipada
ojalá que la espera
no desgaste mis sueños
ojalá que la niebla
no llegue a mis pulmones
y que vos muchachita
emerjas de ella
como un lindo recuerdo
que se convierte en rostro
y yo sepa por fin
que dejas para siempre
la espesura de ese aire maldito
cuando tus ojos encuentren y celebren
mi bienvenida que no tiene pausas
(Benedetti, "Hombre que mira a través de la niebla". Poemas de otros, 1975, Alfa Argentina)
nombrar los árboles y las ventanas
y también el futuro y el dolor
el campanario está invisible y mudo
pero si se expresara
sus tañidos
serían de un fantasma melancólico
la esquina pierde su ángulo filoso
nadie diría que la crueldad existe
la sangre mártir es apenas
una pálida mancha de rencor
cómo cambian las cosas
en la niebla
los voraces no son
más que pobres seguros de sí mismos
los sádicos son colmos de ironía
los soberbios son proas
de algún coraje ajeno
los humildes en cambio no se ven
pero yo sé quién es quién
detrás de ese telón de incertidumbre
sé dónde está el abismo
sé dónde no está dios
sé dónde está la muerte
sé dónde no estás tú
la niebla no es olvido
sino postergación anticipada
ojalá que la espera
no desgaste mis sueños
ojalá que la niebla
no llegue a mis pulmones
y que vos muchachita
emerjas de ella
como un lindo recuerdo
que se convierte en rostro
y yo sepa por fin
que dejas para siempre
la espesura de ese aire maldito
cuando tus ojos encuentren y celebren
mi bienvenida que no tiene pausas
(Benedetti, "Hombre que mira a través de la niebla". Poemas de otros, 1975, Alfa Argentina)
16.5.09
14.5.09
Pico conchaetumadre
Cómo presentar este material. No creo que merezca palabras. No quiero ser Tinelli: no quiero ser amargado, cornudo, fingir una risa, tener tanto dinero, operar tan obscenamente con la peor roña empresarial, no quiero tener los pies tan grandes, no quiero ver todos los días de mi vida a Gerardo Sofovich y no quiero tatuarme una virgen en el brazo, pero fundamentalmente no quiero arruinar el núcleo de un chiste antes de ser emitido o mostrado. Aunque ojo. Esto no es un chiste. Esto es el mundo nuestro, o lo fue. El video data de la década del '60, siglo pasado. Se ha hecho famoso con un nombre que a partir de ahora no olvidarán: el nombre de una novela. Súper Taldo. Agustín es quien la escribió. Agustín tuvo una falla entre los seis y siete años. Les recomiendo esperar al final, para que lo vean caminar la cancha. Por supuesto, pasen por la videoteca.
3.5.09
Y a mí qué carajo me importa
Una noche de navidad salgo a bailar a un boliche. Conozco una chica, vestida de blanco, que tiene un papá Noel de peluche en una mano. Hago un chiste, ella ríe, compró algo para tomar, ella no toma, juego con el Papá Noel, termino perdiéndolo entre las hordas de gente. La chica se enoja conmigo porque quería su muñequito pero gusta de la situación de enojarse con un chico, y por esa razón intento besarla. Se niega. Se describe como una chica difícil. Sigo la noche en otra parte del boliche, tras otras chicas.
Entonces mi vida de pendejo avanza y sigo yendo al colegio público y la cruzo dos o tres veces más, me hago el canchero y la encaro a lo chancho: la chica se niega una y otra vez aunque demuestra cierto interés pero no afloja ni una gota de cariño porque no le va el modo de abordaje del amor que ostento. Una noche más, en otro boliche, un amigo me dice que “si voy un poco más serio”, es mía. Entonces intento de nuevo, más serio, igual de canchero, haciéndome el lindo. Y ella accede. Me apoyo contra el canto de una mesa del boliche y ella me abraza y nos besamos. Perfecto. Pasa un rato y el beso se vuelve repetitivo, ella no le pone todo lo que tiene, y decido irme. Me buscan mis amigos. Sigo con mi mismo plan de entonces: “mi teléfono es facilísimo”, le digo, “acordateló por cualquier cosa”: cuatro cuatro siete dos dos cinco cinco. “Ni en pedo te voy a llamar”, dice ella, “y además el mío también es re fácil”. “Bueno, cómo es”. “cuatro cuatro seis seis dos cero cero”. “Ok, capaz que también me lo acuerde”.
Vuelvo a casa, pasan los días, sigo la vida exactamente de la misma manera en que la hubiese seguido si nunca me hubiese besado con ella. Lunes, colegio, tarde al pedo; martes colegio, tarde al pedo; miércoles colegio, tarde en casa, salgo al río cerca de casa, vuelvo. Se está haciendo de noche. Es como si lo estuviese viendo. Como si me estuviese viendo. El invierno y el frío avanzan sobre la ciudad de Neuquén. El hogar del living está prendido, mi viejo se dispone a preparar el morfi para la cena. Voy hasta mi pieza, me suelto en la cama y prendo la tele. Vuelvo a la cocina y busco algo para comer y tomar. Camino por la casa, me cruzo con las gatas, vuelvo para la pieza, veo la luz encendida en el dormitorio de mis viejos. Los dormitorios tienen alfombras. Alcanzo a ver el teléfono rojo sobre la mesita de luz de mi viejo. Hay dos teléfonos en casa. Uno inalámbrico en el living, una rojo en su pieza. Entreveo el teléfono en la mesita de su dormitorio, la luz encendida, yo camino a mi pieza con un vaso y un platito. Me tiro a ver tele. “Qué embole que tengo”, pienso. Vuelvo al living, mi hermano habla o hace algo en la pieza, escucho un retumbe. Y encaro el pasillo de nuevo, rumbo a mi platito y mi vaso, y vuelvo a ver el teléfono rojo en la mesita. “¿Cómo era el número de la tontita esa? Podría llamarla, ¿no? Si estoy más al pedo que la mierda”.
“Naaaa, para qué tener que armar una charla de quién sabe dónde”.
Me tiro a ver tele de nuevo y al rato me paro, ya casi es de noche, mamá no está en su pieza. Voy al living, acomodo el fuego, agrego un tronquito, vuelvo a buscar mi vaso y me meto en la habitación de ellos. Me siento en el borde de la cama matrimonial, pegado a la mesita, y pruebo: cuatro cuatro seis seis dos cero cero. Suena una vez, suena otra vez, luego otra vez, y me atiende ella.
Bien. Entonces lo que sigue es más o menos así:
Arreglamos para vernos, chapamos un par de veces más, me invita a almorzar a su casa, me pasa a buscar en un auto con su familia, almorzamos, vuelvo otra tarde a su casa, nos ponemos de novios, nos la pasamos juntos, sumamos algunos viajes, algunos problemas menores, las primeras pruebas interesantes en el sexo minuto a minuto, casi tres años de novios, yo dejo la carrera de letras, me voy a estudiar comunicación a 50 kilómetros de mi ciudad, ella se recibe del secundario, la pareja corre peligro porque su destino inmodificable era Córdoba, hablamos sobre la posibilidad de que ella se quede, hablamos sobre la posibilidad de que yo siga estudiando en la ciudad de Córdoba, donde no conozco ni el nombre de una calle. Mi viejo se queda sin trabajo, López Murphy recorta el 13 porciento a las universidades, entran todas en paro, pierdo un cuatrimestre, mi suegro me ofrece un departamento para vivir en Córdoba con el novio de mi cuñada; pienso en un lugar que no conozco para empezar de nuevo; pienso en el enamoramiento ciego que tengo para con mi novia, la chica del Papa Noel en navidad, y digo que sí. Me paro un martes a la madrugada en la cocina de mi casa: le digo a mi mamá –estaba lavando los platos– que me voy a vivir a Córdoba, donde obviamente se va mi novia, y a estudiar. Ella dice que yo no sé lo que digo. Nunca me animo a decírselo a mi viejo. El tiempo pasa, la noticia se vuelve realidad, se charla, brota enero y se carga el auto, partimos hacia Córdoba en el Senda. Me instalo en el departamento, me anoto en la carrera de comunicación, el novio de mi cuñada decide irse a vivir a otro lado, quedo solo en el departamento, vivo a cincuenta metros de la municipalidad de la segunda ciudad más grande del país en un departamento prestado y no tengo gas natural. Comienzo a estudiar, casi convivo con mi novia, la chica del Papá Noel, se pudre todo, ella se cree responsable por mí, me deja de querer, me deja. Siento que se me rompe el corazón. Sigo viviendo un tiempo en el departamento de su padre. Armo una cotidianeidad con mis amigos cordobeses, que conozco gracias a un amigo neuquino que me incluye en su grupo. Explota la Internet, comienzo a sacarle el jugo a la casilla de mail que mi ex novia (la chica del Papá Noel) me había creado, y salgo todas las noches, y me emborracho, y me alimento con muy poco dinero. En la casa de uno de mis amigos de Córdoba se le pudre todo con Internet y con los contactos de su chat y se le mezclan con los de su hermana, y una noche más en la ciudad de la que no conocía ni el nombre de las calles, la hermana de mi amigo aparece en mi chat y cruzamos dos palabras. Pasa el tiempo, sigo rodando por ahí, sigo estudiando, voy al cumple de mi amigo, éste del quilombo de sus contactos, y conozco personalmente a su hermana, la mujer más misteriosa que había visto en mi vida, pelo rubio, ojos negros, piel verde, una sonrisa para presentar un proyecto de investigación y estudiarla. Ella toma un libro, y antes de leerle la tapa, lo huele por dentro, hace correr las hojas. Me atrae desde el primer momento en que la veo, la busco, pasa el tiempo, me beso con ella, pasa un poco más de tiempo y me enamoro, nos ponemos de novios, forjamos una relación que nunca ninguno de los dos hubiese imaginado, se convierte en la mujer más importante de mi vida. La admiro, la contengo, me contiene, nos acompañamos, pasa el tiempo, llegamos a juntar casi seis años de novios. Ella, a su manera, es brutalmente inteligente. Mucho tiempo antes de todo esto último, se me empiezan a caer los pelos, trabajo en una revista literaria, me enseñan a leer, me enseñan a escribir, me enamoro de la escritura en Córdoba, empiezo a mirar el mundo desde otra ventana, viajo regularmente a mi casa en el sur, me convenzo de que ese es mi lugar aunque en esa etapa no viva allí, me hago amigo de mis viejos, me hago amigo de mi hermano, comienzo a ser consciente del amor palpable y vital que siento por ellos; por mi posición geográfica, comienzo a hacer lo que tanto había deseado: visito a mis hermanos del corazón en la Capital Federal, mis dos hermanos del alma, donde mucho tiempo antes habían decidido estudiar, y los visito con regularidad, cada dos meses, más o menos, y conozco allí sus entornos, me siento parte de ellos, conozco a sus amigos, a sus amigas, los admiro, comienzo a quererlos y a necesitarlos a todos ellos, se me vuelven casi indispensables, y comienzo a conocer la ciudad desconocida donde ellos viven y donde yo nací, y comienzo a disfrutar de la Capital Federal con locura. Vivo viajando, al sur, a la capital y a Córdoba, reniego de varias cosas pero vivo bien, sigo trabajando en las letras y publico un libro de cuentos, y varios cuentos en antologías, trabajo de editor, mejoro la prosa, me contratan para corregir tesis, conozco a personas increíbles que viven en el borde de la literatura y las termino adorando y admirando, me enseñan a ver distinto el fango de las letras, me invitan a publicar en diarios de Buenos Aires, de Córdoba, en revistas; soy jurado de un concurso de cuentos, me invitan a dar talleres, termino la licenciatura en comunicación, me gano una beca, comienzo un doctorado. Las personas son totalmente distintas en una ciudad que ya es mía, en parte, y yo soy totalmente distinto aquí y allá y en todos lados, y estoy separado, por contingencias del tiempo y de las acciones y de las preguntas propias y ajenas, de la mujer que me acompañó en esto de resistirme a hacerme adulto, pero la elijo, voy a luchar por ella, el tiempo que una narración infinita lo requiera, y me debato, a veces con ansiedad, a veces con calma, a veces con pánico, a veces con esperanza, entre las cosas viejas y las cosas nuevas que acepto: pienso, como dice Alessandro Baricco, qué cosas quiero arrastrar de mi pasado para que se acostumbren a las mutaciones de lo que vendrá. Y hago una lista mental, y creo que tiene sentido, creo que las cosas, si me calmo, tienen sentido, y vuelvo a elegir de a poco, muy de a poco, lo que quiero. Creo que a veces uno se desliza a la banquina y cuando piensa que más elige, menos libre es, y esto, justamente, esta idea que parece contradictoria, es la que me despertó hoy domingo, lo que había en mi cabeza cuando retorné a la vigilia en esta mañana calma, aquí en este departamento en el que vivo con mi gran amigo de un pueblo que se llama Porteña y que en la reputísima vida hubiese conocido si las cosas no hubiesen sido así. Esta es la idea que me despertó hoy, la de una confusión entre la capacidad de elegir y la libertad; esta idea mezclada con un tiempo verbal, o mejor dicho, con una palabrita, el hubiera o hubiese, que ayer se me ancló también en la mente porque mi amigo, mi concubino, me pidió que le corrigiera un cuento.
“Es una conjugación bastante puta”, le dije, y él dijo que sí, que “claro”.
Y esta mañana pensé en las banquinas, y las elecciones, y la libertad, y todo eso pero a través de una pregunta extensa pero mínima, detallada, ínfima, de invierno avanzando sobre una ciudad; una pregunta de miércoles a la tarde-noche mientras tu viejo, en tu casa, hace la comida, y mientras uno no piensa en otra cosa que no sea evitar el colegio y salir a bailar el finde. Ahora cuelgo este texto burdo, cursi, pusilánime, pero íntimo, de domingo, y voy a llamar a la mujer más importante de mi vida, para decirle lo que pienso.
La pregunta es la siguiente:
¿Y qué hubiera pasado si ese miércoles de tarde-noche caminaba una vez más a mi pieza para buscar el vaso y el platito, sin relojear al pedo el dormitorio ni el teléfono rojo de mis viejos, y sin acordarme tampoco de ese número fácil de esa minita? ¿Qué hubiera pasado si me iba a pelotudear con mi hermano a su pieza, en virtud del embole que yo cargaba, para hacer un poquito de tiempo antes de cenar?
La respuesta es esa misma que pensé dos segundos después de plantear la pregunta, y tres segundos antes de poner las patas en el suelo para empezar el día:
Y a mí qué carajo me importa.
Entonces mi vida de pendejo avanza y sigo yendo al colegio público y la cruzo dos o tres veces más, me hago el canchero y la encaro a lo chancho: la chica se niega una y otra vez aunque demuestra cierto interés pero no afloja ni una gota de cariño porque no le va el modo de abordaje del amor que ostento. Una noche más, en otro boliche, un amigo me dice que “si voy un poco más serio”, es mía. Entonces intento de nuevo, más serio, igual de canchero, haciéndome el lindo. Y ella accede. Me apoyo contra el canto de una mesa del boliche y ella me abraza y nos besamos. Perfecto. Pasa un rato y el beso se vuelve repetitivo, ella no le pone todo lo que tiene, y decido irme. Me buscan mis amigos. Sigo con mi mismo plan de entonces: “mi teléfono es facilísimo”, le digo, “acordateló por cualquier cosa”: cuatro cuatro siete dos dos cinco cinco. “Ni en pedo te voy a llamar”, dice ella, “y además el mío también es re fácil”. “Bueno, cómo es”. “cuatro cuatro seis seis dos cero cero”. “Ok, capaz que también me lo acuerde”.
Vuelvo a casa, pasan los días, sigo la vida exactamente de la misma manera en que la hubiese seguido si nunca me hubiese besado con ella. Lunes, colegio, tarde al pedo; martes colegio, tarde al pedo; miércoles colegio, tarde en casa, salgo al río cerca de casa, vuelvo. Se está haciendo de noche. Es como si lo estuviese viendo. Como si me estuviese viendo. El invierno y el frío avanzan sobre la ciudad de Neuquén. El hogar del living está prendido, mi viejo se dispone a preparar el morfi para la cena. Voy hasta mi pieza, me suelto en la cama y prendo la tele. Vuelvo a la cocina y busco algo para comer y tomar. Camino por la casa, me cruzo con las gatas, vuelvo para la pieza, veo la luz encendida en el dormitorio de mis viejos. Los dormitorios tienen alfombras. Alcanzo a ver el teléfono rojo sobre la mesita de luz de mi viejo. Hay dos teléfonos en casa. Uno inalámbrico en el living, una rojo en su pieza. Entreveo el teléfono en la mesita de su dormitorio, la luz encendida, yo camino a mi pieza con un vaso y un platito. Me tiro a ver tele. “Qué embole que tengo”, pienso. Vuelvo al living, mi hermano habla o hace algo en la pieza, escucho un retumbe. Y encaro el pasillo de nuevo, rumbo a mi platito y mi vaso, y vuelvo a ver el teléfono rojo en la mesita. “¿Cómo era el número de la tontita esa? Podría llamarla, ¿no? Si estoy más al pedo que la mierda”.
“Naaaa, para qué tener que armar una charla de quién sabe dónde”.
Me tiro a ver tele de nuevo y al rato me paro, ya casi es de noche, mamá no está en su pieza. Voy al living, acomodo el fuego, agrego un tronquito, vuelvo a buscar mi vaso y me meto en la habitación de ellos. Me siento en el borde de la cama matrimonial, pegado a la mesita, y pruebo: cuatro cuatro seis seis dos cero cero. Suena una vez, suena otra vez, luego otra vez, y me atiende ella.
Bien. Entonces lo que sigue es más o menos así:
Arreglamos para vernos, chapamos un par de veces más, me invita a almorzar a su casa, me pasa a buscar en un auto con su familia, almorzamos, vuelvo otra tarde a su casa, nos ponemos de novios, nos la pasamos juntos, sumamos algunos viajes, algunos problemas menores, las primeras pruebas interesantes en el sexo minuto a minuto, casi tres años de novios, yo dejo la carrera de letras, me voy a estudiar comunicación a 50 kilómetros de mi ciudad, ella se recibe del secundario, la pareja corre peligro porque su destino inmodificable era Córdoba, hablamos sobre la posibilidad de que ella se quede, hablamos sobre la posibilidad de que yo siga estudiando en la ciudad de Córdoba, donde no conozco ni el nombre de una calle. Mi viejo se queda sin trabajo, López Murphy recorta el 13 porciento a las universidades, entran todas en paro, pierdo un cuatrimestre, mi suegro me ofrece un departamento para vivir en Córdoba con el novio de mi cuñada; pienso en un lugar que no conozco para empezar de nuevo; pienso en el enamoramiento ciego que tengo para con mi novia, la chica del Papa Noel en navidad, y digo que sí. Me paro un martes a la madrugada en la cocina de mi casa: le digo a mi mamá –estaba lavando los platos– que me voy a vivir a Córdoba, donde obviamente se va mi novia, y a estudiar. Ella dice que yo no sé lo que digo. Nunca me animo a decírselo a mi viejo. El tiempo pasa, la noticia se vuelve realidad, se charla, brota enero y se carga el auto, partimos hacia Córdoba en el Senda. Me instalo en el departamento, me anoto en la carrera de comunicación, el novio de mi cuñada decide irse a vivir a otro lado, quedo solo en el departamento, vivo a cincuenta metros de la municipalidad de la segunda ciudad más grande del país en un departamento prestado y no tengo gas natural. Comienzo a estudiar, casi convivo con mi novia, la chica del Papá Noel, se pudre todo, ella se cree responsable por mí, me deja de querer, me deja. Siento que se me rompe el corazón. Sigo viviendo un tiempo en el departamento de su padre. Armo una cotidianeidad con mis amigos cordobeses, que conozco gracias a un amigo neuquino que me incluye en su grupo. Explota la Internet, comienzo a sacarle el jugo a la casilla de mail que mi ex novia (la chica del Papá Noel) me había creado, y salgo todas las noches, y me emborracho, y me alimento con muy poco dinero. En la casa de uno de mis amigos de Córdoba se le pudre todo con Internet y con los contactos de su chat y se le mezclan con los de su hermana, y una noche más en la ciudad de la que no conocía ni el nombre de las calles, la hermana de mi amigo aparece en mi chat y cruzamos dos palabras. Pasa el tiempo, sigo rodando por ahí, sigo estudiando, voy al cumple de mi amigo, éste del quilombo de sus contactos, y conozco personalmente a su hermana, la mujer más misteriosa que había visto en mi vida, pelo rubio, ojos negros, piel verde, una sonrisa para presentar un proyecto de investigación y estudiarla. Ella toma un libro, y antes de leerle la tapa, lo huele por dentro, hace correr las hojas. Me atrae desde el primer momento en que la veo, la busco, pasa el tiempo, me beso con ella, pasa un poco más de tiempo y me enamoro, nos ponemos de novios, forjamos una relación que nunca ninguno de los dos hubiese imaginado, se convierte en la mujer más importante de mi vida. La admiro, la contengo, me contiene, nos acompañamos, pasa el tiempo, llegamos a juntar casi seis años de novios. Ella, a su manera, es brutalmente inteligente. Mucho tiempo antes de todo esto último, se me empiezan a caer los pelos, trabajo en una revista literaria, me enseñan a leer, me enseñan a escribir, me enamoro de la escritura en Córdoba, empiezo a mirar el mundo desde otra ventana, viajo regularmente a mi casa en el sur, me convenzo de que ese es mi lugar aunque en esa etapa no viva allí, me hago amigo de mis viejos, me hago amigo de mi hermano, comienzo a ser consciente del amor palpable y vital que siento por ellos; por mi posición geográfica, comienzo a hacer lo que tanto había deseado: visito a mis hermanos del corazón en la Capital Federal, mis dos hermanos del alma, donde mucho tiempo antes habían decidido estudiar, y los visito con regularidad, cada dos meses, más o menos, y conozco allí sus entornos, me siento parte de ellos, conozco a sus amigos, a sus amigas, los admiro, comienzo a quererlos y a necesitarlos a todos ellos, se me vuelven casi indispensables, y comienzo a conocer la ciudad desconocida donde ellos viven y donde yo nací, y comienzo a disfrutar de la Capital Federal con locura. Vivo viajando, al sur, a la capital y a Córdoba, reniego de varias cosas pero vivo bien, sigo trabajando en las letras y publico un libro de cuentos, y varios cuentos en antologías, trabajo de editor, mejoro la prosa, me contratan para corregir tesis, conozco a personas increíbles que viven en el borde de la literatura y las termino adorando y admirando, me enseñan a ver distinto el fango de las letras, me invitan a publicar en diarios de Buenos Aires, de Córdoba, en revistas; soy jurado de un concurso de cuentos, me invitan a dar talleres, termino la licenciatura en comunicación, me gano una beca, comienzo un doctorado. Las personas son totalmente distintas en una ciudad que ya es mía, en parte, y yo soy totalmente distinto aquí y allá y en todos lados, y estoy separado, por contingencias del tiempo y de las acciones y de las preguntas propias y ajenas, de la mujer que me acompañó en esto de resistirme a hacerme adulto, pero la elijo, voy a luchar por ella, el tiempo que una narración infinita lo requiera, y me debato, a veces con ansiedad, a veces con calma, a veces con pánico, a veces con esperanza, entre las cosas viejas y las cosas nuevas que acepto: pienso, como dice Alessandro Baricco, qué cosas quiero arrastrar de mi pasado para que se acostumbren a las mutaciones de lo que vendrá. Y hago una lista mental, y creo que tiene sentido, creo que las cosas, si me calmo, tienen sentido, y vuelvo a elegir de a poco, muy de a poco, lo que quiero. Creo que a veces uno se desliza a la banquina y cuando piensa que más elige, menos libre es, y esto, justamente, esta idea que parece contradictoria, es la que me despertó hoy domingo, lo que había en mi cabeza cuando retorné a la vigilia en esta mañana calma, aquí en este departamento en el que vivo con mi gran amigo de un pueblo que se llama Porteña y que en la reputísima vida hubiese conocido si las cosas no hubiesen sido así. Esta es la idea que me despertó hoy, la de una confusión entre la capacidad de elegir y la libertad; esta idea mezclada con un tiempo verbal, o mejor dicho, con una palabrita, el hubiera o hubiese, que ayer se me ancló también en la mente porque mi amigo, mi concubino, me pidió que le corrigiera un cuento.
“Es una conjugación bastante puta”, le dije, y él dijo que sí, que “claro”.
Y esta mañana pensé en las banquinas, y las elecciones, y la libertad, y todo eso pero a través de una pregunta extensa pero mínima, detallada, ínfima, de invierno avanzando sobre una ciudad; una pregunta de miércoles a la tarde-noche mientras tu viejo, en tu casa, hace la comida, y mientras uno no piensa en otra cosa que no sea evitar el colegio y salir a bailar el finde. Ahora cuelgo este texto burdo, cursi, pusilánime, pero íntimo, de domingo, y voy a llamar a la mujer más importante de mi vida, para decirle lo que pienso.
La pregunta es la siguiente:
¿Y qué hubiera pasado si ese miércoles de tarde-noche caminaba una vez más a mi pieza para buscar el vaso y el platito, sin relojear al pedo el dormitorio ni el teléfono rojo de mis viejos, y sin acordarme tampoco de ese número fácil de esa minita? ¿Qué hubiera pasado si me iba a pelotudear con mi hermano a su pieza, en virtud del embole que yo cargaba, para hacer un poquito de tiempo antes de cenar?
La respuesta es esa misma que pensé dos segundos después de plantear la pregunta, y tres segundos antes de poner las patas en el suelo para empezar el día:
Y a mí qué carajo me importa.
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