“Ya es domingo, tenés que ir a comprar los diarios”, le decía en sueños alguien totalmente distinto a él, mirándose a un espejito en el fláccido universo del anonimato sin límites. No, no estaba dormido, estaba en el baño. Salió. Se sintió recompuesto al entrar a la habitación (un segundo atrás estaba en una fiesta a kilómetros de allí) pero también desconcertado, como si uno y otro, el que acababa de salir de una fiesta y el que acababa de entrar a su habitación, no fueran la misma persona. Pero aún más lo desconcertaba el hecho de que los dos estuvieran tan seguros de ser lo que eran. Tenían las mismas caras, vestían igual. Las únicas diferencias entre uno y otro eran de espíritu, por decirlo de alguna manera: el de la izquierda hacía lo que quería y el de la derecha decía que era libre; el de la izquierda era sensible y el de la derecha lo sentía; el de la izquierda descubría, y su dolor era el resultado de un combate, mientras que el de la derecha había encontrado la veta y si sufría, a lo sumo, era por un error de cálculo.
Uno, observando al otro, pensaba –sin que fuera posible saber cuál de los dos era el que miraba y cuál el que era observado-: “Si yo tuviera una sola de sus ideas, un 10% de su genio…”. ¿De dónde salía esa tensión? ¿De qué fisura, de qué vacío, de qué hueco?
Se tiró en la cama, se unió a sí mismo y perdió el conocimiento.
Uno, observando al otro, pensaba –sin que fuera posible saber cuál de los dos era el que miraba y cuál el que era observado-: “Si yo tuviera una sola de sus ideas, un 10% de su genio…”. ¿De dónde salía esa tensión? ¿De qué fisura, de qué vacío, de qué hueco?
Se tiró en la cama, se unió a sí mismo y perdió el conocimiento.
(fragmento de la última novela de Sergio Bizzio)
1 comentario:
ABSOLUTAMENTE MARAVILLOSO, POR FAVOR MÁS BIZZIO PARA ESTE BLOG
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