29.1.07
Habitués
por dónde posaremos los ojos
mandibulistas en la cadencia articuladora del chicle
contorsionistas de la risa y el músculo
si han fracasado en otros gritos
las ciencias sociales aquí pueden redimirse:
explicar nuestra esperanza primitiva de ganado
que abona para intercambiar humedades
para ejecutar el manchado de esta moda de fajina
conjeturando peinados y durmiendo
en escalones de polietileno
nuestros dados de hielo bailan en las bocas
más secas de la ciudad
si la luz negra nos ilumina como a billetes
no pretendamos que los dientes
se quiten ese fulgor contradictorio
mostramos lo falso de lo blanco
bailamos sólo latidos
orinamos con oficio para abortar vómitos
y volvemos meneando a la pista
24.1.07
Grosor
En mi casa de Cipolletti hay dos baños. El más grande es únicamente para los hombres, y el chico lo usa sólo mi madre. Ayer, antes de acostarme, pasé por el baño de hombres. Tenía ganas de hacer pis. Levanté la tapa y encontré lo que motiva este texto. Pero la motivación no surgió por el objeto en sí, harto conocido por cada representante de nuestra especie: surgió por sus cualidades.
Desde el diciembre pasado que tenemos problemas con los desagotes. El baño de los hombres estuvo tapado cerca de 15 días, sin que ninguno de nosotros (hermano, padre, yo) podamos solucionarlo, y un día hasta el mismísimo baño de mi madre se tapó cuando mi novia se bañaba. Comenzó a salir agua de la rejilla luego de unos minutos; la chica tuvo que cerrar las canillas porque la marea había tomado parte del pasillo y alguna entrada de los dormitorios. Ese problema lo solucionó, como era de esperar, mi madre. Pero el problema del baño grande lo solucionó una persona que atacó directamente la cámara séptica.
Ayer quería hacer pis en mi baño pero al levantar la tapa tuve que hacerlo en el baño de mi madre. Ella dormía y no tuvo oportunidad de gritarme para que no lo infectara con residuos de mi cuerpo. En mi baño encontré un pedazo de caca que no me dio asco: me paralizó por lo inverosímil de su figura, por lo poco representativo que era de lo que corrientemente concebimos como una “deposición humana”. Mi padre en estos días está de viaje y el único hombre que no soy yo y que usa ese inodoro es mi hermano. El hombre en cuestión.
II
En la familia hay una larga lista de talentosos representantes anti-codo de inodoro: en la ciudad de Tandil, nuestro primo Carlitos, hijo de Coca, había obligado a su madre a improvisar un arma forjada con alambres de distinto calibre para romper sus soretes antes de tirar la cadena. Coca debió comprar alambre de obra y otros complementarios para modelar una especie de bastón rompe soretes; sin su poder destructor, todo lo que pusiera Carlitos en el fondo del inodoro lo tapaba por completo, con una eficacia envidiable. Cagaba con una solidez tan abrumadora que el rompe soretes terminó junto a la escobilla, apoyado contra los azulejos, para su exclusiva utilización.
Mi padre también tiene una habilidad importante para estas cosas. Todavía me dura un recuerdo plagado de detalles: una tarde estaba acostado en mi cama mirando televisión y él me llamó desde el pasillo, con el grito característico que luego solicita un favor incómodo. Pero no: me gritó para que viera algo que él, sin darse cuenta, había hecho. Caminé por el pasillo, y lo encontré en la puerta corrediza de su baño (era otra la casa). Me llevó directo hacia su inodoro, y luego me pidió que levantase la tapa. Lo miré extrañado. Tenía una media sonrisa distintiva de un logro estremecedor, así que decidí levantar la tapa, asomarme al hueco, y recién allí pude ver un sorete que yacía acostado sobre la pendiente de loza, apoyando sólo la puntita en el fondo, con más del 70 porciento de su cuerpo fuera del agua. Era impresionante. El cilindro tenía una tonalidad dentro de los parámetros normales pero su longitud empachaba la vista: se apoyaba apenas para recorrer toda la ondulación blanca hasta perderse debajo de la tabla.
–Fijáte si llegué –me dijo mi viejo.
–Adónde.
–A la otra cara de la tabla.
–Fijáte vos, hijo de puta –le dije.
–Dale. Fijáte.
Entontes levanté la tabla. En la cara opuesta, la cara no visible, en el lado oscuro de esa circunferencia, había una pequeñísima mancha marrón, un arañazo, un filo, una señal. Mi papá había llegado. Sin darse cuenta.
Mi suegro me contó otra historia real. En sus épocas de estudio vivía en el centro de Córdoba junto con 5 personas más, en un departamento amplio. Y por esa razón, también recibían amigos y conocidos y visitantes las 24 horas del día. Una tarde en la que, según recuerda, eran muchos más que 6 los habitantes del departamento, uno de los amigos comenzó a gritar desde el baño, pidiendo a los demás que le acercaran un poco de papel. Por supuesto que se lo llevaron: no alcanzarle el papel higiénico a una persona que está en medio de un proceso de evacuación es tan perverso como arrodillar a un familiar y fusilarlo en el patio de su propia casa. El problema fue, justamente, que le llevaron papel higiénico: él necesitaba otro tipo de papel, un poco más grande y áspero. El hombre había soltado un sorete de semejante dureza que tenía la certeza de poder asirlo con sus propias manos, siempre y cuando eso no significara mancharse hasta el pecho. Alguno de los presentes encontró unas hojas de papel y sí, entre todos corroboraron esa posibilidad: el dueño tomó el sorete con el papel, como una antorcha recién apagada, y salió a mostrarlo por el pasillo del departamento, para que todos pudieran verlo. Sostuvo el sorete durante unos minutos y no pasó nada: no se derritió como un helado, ni se quebró como una flauta de pan. Fue un sorete espada y mi suegro lo vio con sus propios ojos, y le creo.
III
Ayer quise ir a hacer pis. El sorete que descansaba en el fondo del inodoro era, por supuesto, de mi hermano, y tenía el grosor de un pote de crema, de una taza amplia de café, de un desodorante familiar. Mi hermano cagó un sorete que podría haberlo matado no sólo de un desgarro estremecedor de sus fibras y válvulas, sino que también podría haberlo matado de un susto, porque si yo hubiese estado un poco menos cansado, y más conciente, no sé adónde estaría en este momento. A pesar de tener una familia con oficio para estas cosas, en mi vida había visto algo tan ancho que pueda salir de un ser humano. Mi hermano lo hizo y no se quejó, como para que los heterosexuales entendamos que sí, que todo se estira cuanto sea necesario y que no hace falta tener una capacidad especial o innata para soportarlo. En este humilde relato, el único hermano que tengo merece mi total reconocimiento por lo que hizo; por lo que cada día le entrega a este mundo tan urbano y civilizado. Esa cosa, debo aclararlo, nunca hubiese tapado de nuevo el baño de los hombres. Nunca lo hubiese tapado porque sería como meter una botella dentro de un termo, una pierna dentro de una boca, un auto en una baulera. Eso que anoche vi fue y rebotó, con un golpe seco. Rebotó con naturalidad y quedó estancado, esperando por una disolución que seguramente hasta esta mañana no había logrado sus resultados. Fue y volvió, seguro que más de una vez, y mi sensación es que podría seguir haciéndolo, en este cerebro, cuantas veces quiera.
21.1.07
Dos veces más
Eso es lo que me pregunto yo
exactamente eso
cómo hacer para retenerla en el tiempo
cómo capitalizarla
contando con el olvido del presente
enseñándole a descreer de la tranquilidad
nadie podría explicarle todo lo que me aterra
cuando el agua me golpea en la cara
no hay intensidad de ojos que pudiera darle
un indicio
un porcentaje débil
de la ternura enterrada en esos
humildes párpados
cómo hacer para sostenerla en el frío, entonces
comprarle una esquina
prometerle el sueño
sin perjudicar
en el negocio
a los bordes internos de su sonrisa
2
Hoy puedo escribirle un cuento
que quepa en la cara posterior
de un desodorante
un cuento en contra de la capa de ozono
continental, exportable
detallado de ingredientes
con direcciones, códigos de barras y precauciones
todo lo que ahora puedo escribirle
debería estar fuera del alcance
de los niños
20.1.07
El diario de hoy
19.1.07
Quién dijo que Vigna no puede
17.1.07
Tu sed
estas dos y cuarenta y ocho a.m.
(doce horas antes de ya no comenzar el día)
tuve la mala suerte de reproducirme
en la base dorada de este velador de mierda
que devuelve mi cara sin barba
por sobre la botella de agua
ya demasiado vacía
que estrangulaste hasta hace unas horas
para sacarte de encima esa sed
esa sed tuya
tu sed
la botella involucra al barrendero
del otro lado de la reja
raspa la pala metal en el asfalto y el viento
de insistente y puto, nomás
me mueve la cortina
tapando el reflejo dorado de la lámpara
y girándome hacia la percha ahorcada
esa percha
tu percha
que descolgaste hasta hace unas horas
para doblar ese vestido también mío
alguna vez duplicado en ese espejo gigante
que nunca, te aseguro
será colgado en la pared
tal como vos pediste
entonces me digo en este caso
que hasta hace unas horas te anticipaba
me digo, te decía
que es algún humano, sin duda
el que fabrica estos vacíos
el que los promociona
y nos los deja listos
preparados para transpirar toda la noche
con todos los vértices de esta pieza
que hasta hace unas horas ahogabas con el sueño
puedo seguir no sabés cuánto
porque no pienso mover nada
el surtidor de nafta en el suelo
la imagen del espejo dislocada
los pelos de la almohada
aquellos que ya no podemos ser
"si me olvido algo después me lo llevás"
sólo te olvidaste dos piedras
erosionadas, redonditas
que el viento fue limando durante decenas
de centenas de millones de años
antes de que yo las salve para vos de este desierto
acá las tengo durmiendo en la palma de la mano
a estas piedritas
de este viento cansador
ahora tu viento
el de la espera
verás que todavía no he podido hacer
lo único que el paso del tiempo exige:
callarme la boca