17.3.10

ríos y casas

(…)

VI

Recibo noticas de un amigo.
Me dicen que está bien,
ha dejado su lugar
de nacimiento
y me pregunto si eso
es posible.
¿O no es verdad
que uno es un lugar
arrastrándose
por todas partes, dejando
su rastro de baba por ahí,
comparándose con calles, casas?
Pasaron veinte años
y tendría que haber dos,
tres ideas que representen algo.

(…)

(Fragmento de “La pasión del novelista”, de Damián Ríos. En el libro del mismo nombre, Ediciones del Diego, 1998)



Tratando de sepultar

Tratando de sepultar la narración de nuestros padres
se va la adolescencia.
Después pagamos para que la recopilen
y nos digan que podemos ser mejores.
¿Por qué sueño con perros?
¿Por qué me aburren las tardes
y no puedo hablar con mis amigos?
Mientras tanto, la mujer cocina
y el marido se masturba en el baño.
La dicha se engendra
en el corazón de lo trivial
y a veces alguien muere,
a oscuras, en un cine.


Despertarte

Despertarte a mitad de la noche
y ver en el otro lado de tu cama
a tu mujer llorando
es una experiencia importante.
Quiere decir, entre otras cosas,
que mientras paseabas por los cuartos
iluminados de tu cerebro
algo se estaba gestando cerca tuyo.
Un error con el cual mantenés
una particular relación de intimidad.
Porque aunque no firmemos nada,
ni corramos apurados bajo la lluvia de arroz
pensamos que es para toda la vida
y así seguimos.
Botes, que durante la noche,
quedan amarrados al muelle,
golpeándose entre sí,
según el viento.


Pogo

Sentados los cuatro, frente a platos calientes,
necesitamos avanzar. ¿Es esto
lo que quería decir?
El balcón, a tus espaldas,
da sobre un corazón de manzana
donde la luna ilumina techos y cables.
Sacudida por el viento,
la ropa colgada produce aplausos secos
para nadie.
¡Los pensamientos brotan de mi cabeza
Como el sudor!
Bajo el cálido cono de luz,
el brillo de los cubiertos
y el tintinear de vasos y botellas
cometimos la estupidez
de recurrir al mito para ordenar el mundo.
“Lo único que podemos hacer
-dice él- es superar a nuestros padres”.
Y yo digo “sí, sí” y mastico
un pedazo de carne seca.
Nos podemos tensos. ¿Y ella?
Devorada por el perro de la maternidad
ya no puede articular palabra.
Deberíamos irnos, pero no podemos.
Pienso en la rutina de los parques,
los besos, los paseos al aire libre,
la oscuridad del cuarto
en el que mis viejos se convirtieron en hermanos.
Los días se apilaron entre algodones
como pastillas en un frasco.
¿Nos van a venir a visitar más seguido?
¿La pasaron bien? ¿No te molestó
que te dijera esas cosas?
“No”, digo. El violín finísimo
de un mosquito orbita en mi cabeza.
¿Cómo pudo escapar del invierno?
¿Cómo podremos alguna vez
escapar de este cuadro?
Distribuimos nuestro tiempo
entre el miedo a la muerte y el miedo
a los demás; la gramática
incomprensible de una reunión de amigos.
Pongámonos los sacos,
saludémonos, deseémonos suerte
y salgamos a la calle
bajo el abrigo confortable de la psicología.

(Poemas de Fabián Casas, del libro El Salmón, Mansalva, 2007)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hace como un mes que le vengo dando al Salmón, no sé por qué me volvió la lectura de ese libro, inclusive hasta escribí un poema del broli y todo, después te lo paso. El primero no lo tenía de ningún lado. Me gustó. Abrazo querido y nos estamos viendo pronto calculo.

Barnes.