10.4.12

Zeri

En resumen, treinta. Ahora en un rato se cumplen con cierta precisión, sin contar las fallas del calendario gregoriano. Por los números en sí, ahora en un rato, en un toque, cumplo treinta. Dicen que nací al mediodía, en el momento exacto en que Galtieri dijo, desde el balcón, "si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla". Yo nací y pagué, y perdí, pero, pero, la placenta no se mancha. En ese momento, entonces, hace treinta, nací. Hoy a la madrugada, cuando cambió el día, sentí por primera vez un dejo de nostalgia: ya no voy a tener nunca más veintipico. Ya sé, los más viejos dicen "bueno, vas a ver a los cuarenta, a los cincuenta, a los sesenta", papá dice "abrís los ojos, los cerrás y tenés cincuenta", mamá dice que hay que disfrutar la juventud, todo bien, pero no creo en dios, no me cierra la idea de la reencarnación por una cuestión cuasi metodológica y entonces vale mi pensamiento, por qué no: ya no voy a tener nunca más veintipico. Y no es sólo eso. Es que los veintipico aún mantienen alguna cuerda o soga o piolín atada a un cierto ethos adolescente, livianón, impune. En resumen, ya no. Pero ojo: sonriamos porque viene la noche. Hermoso recuerdo: una tarde de hace un tiempo, estaba llegando el verano, pasé varias horas en la pileta del Holiday Inn, allá cerca del Orfeo, con mi hermano Nicolás y los músicos del Bahiano. Nos pasamos la tarde mirando las olitas de la pileta y tomando unos porrones, y hablando de éste guitarrista y de aquél otro, de tal o cual músico, de tal o cual mina, pelotudeces de todo tipo. Hasta que uno de los changos dijo: qué hermosa tarde que pasamos, hermosísima, y pensar que ya se acaba. Y otro de los músicos se le asomó desde atrás, con una sonrisa infantil, y le dijo: pero viene la noche. Claro: la noche es, para los músicos, lo que el Nesquik para los chicos. Pero viene la noche. A partir de ahora, supongo, salvo una planicie que durará parte de esta década, viene la noche, pero hay que sonreír: viene la noche. Hace un rato, hablando con mi amigo Gabriel Giannone, surgió el tema de cómo estábamos. De cómo uno se piensa a los treinta, cómo imagina llegar y cómo llega. Salvo los mechones que me faltan, creo que estoy bastante entero. Le dije al Gabi: soy como un VW Senda modelo 97, más o menos bien cuidado (este modelo no es una elección cualquiera, recuerden). Si lo arrancás te das cuenta que tiene unos años, pero desde afuera está enterito, con las llantas sin tanto rayar, los plásticos seudo-negros, las manijas intactas. Entonces empezamos a incorporarle cosas al Senda: una colita rutera, alguna huevadita colgada del espejo retrovisor, fundas para los asientos, grasadas varias. Pero que embellecen. La verdad que nunca me imaginé llegando tan niño de mente a los treinta años. Le vengo metiendo una resistencia importante, habilidosa, neurótica, con altos índices de alegría, miedo y trampa. De chico, cuando veía a un veintiañero, me parecía un adulto en la cresta de la ola, pero bien adulto. Cuando veía a un treintiañero directamente era un padre de familia, con la cabeza resuelta, con las dudas negociadas, con la paz enganchada del cinturón. Nunca me imaginé cómo carajo llegaría a los treinta. Sí debo mostrar mi gratitud para con el pelo: logré verme canas. Llegué a cierto número ínfimo pero notable de canas. A los dieciocho, cuando me di cuenta que se me empezaba a caer, después de haber pasado cuatro o cinco años con el pelo larguito y después de haber recibido elogios de todo tipo, e incluso consejos comerciales (a los quince me recomendaron dejarlo crecer y luego venderlo, por lo lacio y brilloso que me nacía), deseé fervientemente llegar a los treinta con algo de pelo. En resumen, acá, después de haber cortado la cinta de llegada, debo ser sincero y agradecerlo: llegué con un poco de pelo. Es más: llegué con una cantidad de pelo que otros envidiarían, así como envidiarían los treinta. Es verdad que le metí un toque de ayudita, nunca invasiva por supuesto: algún productito, alguna pastilla resultado del avance técnico en materia de medicina y belleza... algo hay. No lo voy a negar. Pero bueno, es el declive del mundo, queridos. Ahora joden con las células madre, parece que pueden imprimir un órgano, un riñón por ejemplo, con una impresora de células madre, para después trasplantar gente con sus propios órganos impresos en cautiverio, y resulta que no puedo tomar una pastillita del orto para que se frene un poco la alopecía androgenética. Éste no deja de ser otro detalle: jamás, en la reputa vida, me imaginé ser pelado. Pero esto no es de los treinta, es un proceso ya madurado de fracaso y aceptación. Mi viejo tiene más pelo que yo. Mi vieja tiene más pelo que yo. Mi hermano tiene mucho más pelo que yo. Está bien. Pero yo todavía tengo un poquito de pelo. Y no fui a ningún mercenario de ésos que operaron a Caruso Lombardi o a Luis Islas. Soy un Senda modelo 97, bordó, naftero, con alguna perilla rota y algún buje ruidoso, pero en marcha. 
Otra cosita. El miércoles pasado llegué a la cancha de River con un poco de fiebre, a ver a Foo Fighters. En el medio se largó una lluvia furibunda. Pensé que iba a ser una noche larga, con el Pez creímos que era un tanto garrón lo que estaba pasando: no tenía fuerzas para saltar, como siempre, y tomar temperatura entre la muchedumbre, y la lluvia no mermaba, y parecía algo negativo, un fuerte motivo de queja, pero llamativamente me sanó la música. Quiero resaltar esto porque lo intuyo, hacia delante, como una salvación posible, al margen de cualquier dios u obligación. El miércoles me sanó la música. Quedamos absolutamente empapados, probablemente con más fiebre que la inicial, pero cuando Dave Grohl se puso las pilas, todo cambió. Fui tomando fuerzas de a poco. Fuimos sonriendo cada vez más. Y terminamos el recital allá adelante, saltando lindo, casi pogueando. Los pieces hechos sopa, la ropa una lástima de agua: nos acostamos muy tarde y destemplados y el jueves, para sorpresa del universo, me levanté contento, sano, al tiempo, como dicen los norteños. Así que esto, en resumen, es la continuación de lo inimaginable. Pero si me tiene que salvar algo, que me salve la música. Que me cure. Que me crezca dentro. Un saludo a todos los que no me conocen. Un saludo a los que me conocen. A los que hace un tiempo que no hablo, estoy igual, sintiendo lo mismo, con las mismas dudas. A los que veo todos los días, esta semana hacemos algo. A los que siguen leyendo este blog, buenísimo, gracias, espero les guste toda esta mierda, es fruto de mi egolatría y también de mis ganas de no quedarme quieto, algo que, intuyo, tienen quienes entran acá a leer de vez en cuando, como quien se toma un aperitivo. Gracias por leer. Ojalá estés bien, vos. Que estés bien. Que estemos bien.



7 comentarios:

Adrián Savino dijo...

Felicidades Diego! Para mí ya eras The Big Vigna antes de los 30.

Norma dijo...

Viva esa ....resistencia habilidosa y neurótica .....Ahora hay que llegar a los 40 como un honorable Senda 97. Muy Feliz Cumple

Diego Vigna dijo...

Jaja grande Adrián querido, mil gracias por el saludo. Ojalá nos veamos pronto.
Y gracias Norma, a los 40 llego de uan.

Luz dijo...

Feliz Cumple. Soy una lectora silenciosa. Pero siempre ando por acá leyéndote.

Saludos

Diego Vigna dijo...

The Light. Qué bueno que pases por acá, gracias por la visita y el saludo. Uno de los mejores regalos de cumple fue descubrir eso que "alguien" nunca quiso contarme de tu persona. Besos

Anónimo dijo...

feliz cumple querido diego. si mis minúsculas no te dan una pista quién soy... mejor!! va para allá buena onda pura aprovechando el anonimato. abrazo grande y nos vemos

Diego Vigna dijo...

Gracias por el saludo! No puedo saber quién sos, imaginate si pudiera reconocer a alguien por escribir siempre en minúsculas... estaría ganando plata como David Blaine o Chris Angel. Gracias igual, si querés podés decir tu nombre, pero sino no cambia mucho. Un gran abrazo