29.3.11

Sergio Bizzio: "Un buen libro es un milagro de autor"



(Comparto acá una nota-entrevista que preparé hace un tiempo sobre Sergio Bizzio y la publicación de su novela
Aiwa, en ese entonces la última editada. La nota fue pensada para La Voz del Interior pero quedó en gateras, por motivos que, supongo, habrán tenido que ver con la agenda. En su momento, cuando pasaban los días, dije: "guarda que prontó saldrá una nueva novela [hoy, El escritor comido] y la nota va a perimir". Así pensé: "eso va a perimir". Qué bella palabra. Al final perimió: perimió para el universo de un medio tan grande. Pero no creo que haya perimido para todos los universos. Sigo disfrutando de la escritura de Bizzio como el primer día, y disfruté al escribir este texto, así que por qué no publicarlo aquí y ahora.)








El comienzo puede ser leve, como la “gracia narrativa”. O calmo como el “encanto del oficio”. Pero no. Que Sergio Bizzio encuentre una frase y luego busque otra no quiere decir que las tramas de sus relatos avancen por el arbitrio del mundo, ni que cualquiera pueda narrar a su manera, mientras bebe un gin tonic y piensa en cómo nombrar el amor.
El comienzo, en la literatura de Bizzio, es algo mucho más concreto. La escritura y su procedimiento. Este narrador, poeta, director de cine, dramaturgo, guionista y ahora músico enfrenta a la
institución literaria con el silencio de esa práctica que es su única certeza, una militancia para sí: encontrar una frase, hacerla tinta –o luz– y luego encontrar otra.
El valor de su prosa radica en una ilusión multiforme fabricada para el lector. Se trate de un realismo
absoluto o de una historia bañada de elementos fantásticos, ante todo surge la compleja ilusión de que tal forma de narrar es natural, dada, al mismo tiempo que uno busca amordazarse con un lápiz a la espera de esa línea a subrayar: la frase inminente.
La escritura de Bizzio es fresca y molesta, entendiendo a esa molestia como un estímulo que no se puede eludir en carrera. Su obra ha sabido legitimarse gracias a –o por culpa de– esas ilusiones opacas, en la realidad vestidas con una combinación letal de ingredientes de producción: el talento obsesivo, que refulge en la memoria de quien lo lee, y el trabajo exacerbado, como un reflejo del
hacer.
Después de la publicación de
Chicos (2004), su único libro de cuentos, Bizzio alcanzó una difusión creciente que terminó de explotar con Rabia en 2005. Las repercusiones de esa novela fueron enormes y dispares, a caballo de una historia amorosa, desopilante y dramática en la que un albañil logra esconderse durante años en el desván de la mansión donde trabaja su “amada”.
Luego apareció una gema preciosa del realismo en tono autobiográfico (
Era el cielo, 2008) y otra novela más, Realidad (2009), que retomó el humor y la ironía tan presentes en textos anteriores (En esa época, donde un ejército de soldados encuentra un OVNI durante el cavado de la famosa zanja de Alsina; o Planet, historia de amor y celos entre dos galanes de la televisión extraterrestre; o Gravedad, obra teatral en la que una misión espacial argentina busca destruir la luna).
Tal disparidad hace que la discusión sobre sus textos –el gusto– suela asentarse sobre las decisiones que Bizzio toma a medida que
avanza en sus relatos. El comienzo de su novela Era el cielo (una violación en la primera línea) da ejemplo de eso, como la temperatura de ciertas escenas en Rabia: suele decirse que sus historias pierden efecto porque el autor no toma las decisiones correctas.
Pero ese es otro pilar de su escritura. Dejar de lado todo lo que signifique el arribo a un lugar seguro y funcional: combatir toda búsqueda de eficacia. Bizzio tiene en sus manos sobrados recursos narrativos para contar una historia, aunque no elija en función de un horizonte deducible. Su fuerza radica en la aceptación de la mezcla, en hacer de ella un motivo de existencia para su literatura.


El caso Aiwa

Aiwa, su anteúltima novela, reúne elementos de textos anteriores en una historia de amor que remite a una fusión de “minicomponentes”: Aiwa y Sony, dos adolescentes inquietos, se enamoran perdidamente en medio de una rara epidemia que afecta la anatomía de todos los hombres de una aldea. Aiwa y Sony renuevan así la compleja trama de relaciones que enmarcan las ficciones de Bizzio, haciendo gala del prestigio alcanzado por los equipos de audio que fabrican ambas empresas: la fidelidad.

–¿Sabías antes de empezar la novela que Aiwa es propiedad de Sony?

–No. En mi novela Sony es propiedad de Aiwa.

–Mauro Libertella argumenta en la contratapa de Aiwa que podés estar escribiendo una historia de amor, de libro a libro. ¿Es esta novela una exageración de esa idea de amor puro y simple que ronda a textos anteriores?

–Si no me equivoco, Libertella dice que yo “podría” estar escribiendo siempre “historias de amor”. Pero me gusta tu idea, aunque no tenga el training para ponerla en práctica: reescribir una única historia de amor, que ya no sería puro sino enfermizo, o patológicamente puro.


Una frase y luego otra

–¿Puede ser que el tono en la escritura de Rabia haya nacido en el último cuento de Chicos, y se haya completado con Era el cielo? Algo así como una operación Mamushka, armar componentes incluyendo materiales anteriores.

–No hay nada más difícil para mí que decir de dónde sale una idea, así que imaginate un tono. Entiendo lo que decís de la “operación Mamushka”, esa especie de autoembarazo múltiple que es el viaje hacia el interior de uno mismo. Cuando era chico tenía la aspiración de escribir libros muy distintos uno del otro. Pero ya me resigné: no tengo más remedio que ser el que soy.

Era el cielo parece trabajar sobre la idea de lo transitorio, excediendo a las historias de amor. ¿Buscás que esa transitoriedad sea inherente a tu obra, como un equilibrio siempre precario?

–Termino una frase y busco otra. Es lo único que busco. Después está ese ya lugar común de Picasso: “Yo no busco, encuentro”.

–Trabajás en la construcción de escenas absurdas y de situaciones paranormales. ¿Pensás esa tensión entre lo delirante y lo verosímil como un valor de tus textos?

–Tengo que darte una respuesta parecida a la anterior: “Yo no pienso, sé”. Hay siempre un saber al menos instintivo en la creación de tensión, si hablamos de un texto literario verdadero. Un mal escritor se apoya en la historia, en la peripecia, en la intriga, en el tema, con la única aspiración de “lograr” mercancía comunicacional. Un buen escritor, en cambio, hace mucho menos: sólo escribe.

–¿Y qué sucede con los insultos y palabras “ordinarias” de narradores y personajes? En varios textos parece una cuestión medular: casi una forma de ser de los narradores.

–Me gustan las mezclas. El lenguaje culto y el lenguaje popular, lo alto y lo bajo, etc. Eso se ve con toda claridad en una obra de teatro que escribí con Daniel Guebel, La China. Pero tengo que reconocer que últimamente estoy mucho más pudoroso.

–En Rabia, el protagonista mata a un capataz; en Realidad se desfigura un secuestro de fundamentalistas; en Aiwa se describe la desigualdad como sostén de la convivencia. ¿Cómo te llevás con la resonancia del contexto político en tus textos?

–Mal, pero lo veo siempre ahí, al acecho. Ése es el lugar de lo político en mis novelas, el acecho.


La experiencia

–Alguna vez dijiste que el final de Era el cielo nació de una experiencia personal. Cuentos como “Malcom” y “El tótem”, y novelas como En esa época o Aiwa ¿tienen también ingredientes personales que después detonaron hacia otros sentidos?

–Ese vuelo a España en compañía de un chico que aparentemente viaja solo y que resulta ser hijo del piloto sucedió en realidad. Hay muchos otros episodios y muchas otras escenas autobiográficas en la novela. Mi divorcio fue el puntapié inicial. El dolor que sentí cuando caí en la cuenta de que a partir de ese momento ya no iba a vivir día a día con mi hijo fue tan grande que ponerme a escribir, contando las cosas de la manera más fiel posible, fue la única manera de tolerarlo. Los cuentos “Malcom” y “El tótem” son anteriores a Era el cielo, y mucho más felices. Había escrito Planet años atrás. Tu pregunta parece adrede. Mi mujer estaba embarazada mientras yo escribía Planet, y recuerdo con toda claridad el apuro que tenía por encontrar el final antes de que naciera mi hijo, porque sabía que después no iba a tener ganas de escribir nada por un tiempo. Y así fue. Mi hijo tenía cuatro años cuando escribí la siguiente novela, En esa época. Ya se perfilaba el desastre del 2001. ¡Hay más que ingredientes, entonces! Hechos reales, crack económico, embarazo y ansiedad.

–¿Qué te da hacer películas o guiones que no te da la escritura de cuentos o novelas?

–Plata.

–¿Y qué te puede molestar de un libro como para abandonar su lectura?

–Un millón de cosas. La falta de gracia, la sordera, la pretenciosidad, lo solemne, la línea recta, el mensaje. Es una lista infinita. Un buen libro es un milagro de autor.


*****

Un sonido y luego otro

Bizzio integra desde 2008 el grupo de música experimental Súper Siempre, que comparte con colegas y artistas de renombre: Francisco Garamona, poeta y responsable de la editorial Mansalva, Alan Courtis, músico, y el pintor Alfredo Prior. Quizás el rasgo más fuerte de la banda sea la ausencia de razones: ninguno integrante intenta explicar la acción del grupo más que por la experiencia misma de reunirse y tocar.

–¿Hacés música con Súper Siempre porque te permite conectar con otros artistas al margen del lenguaje verbal? ¿O porque te permite dejar de tocar, tomar un trago y después volver a lo tuyo, a diferencia del proceso escriturario?

–La experiencia de Súper Siempre es sencillamente extraordinaria. No sé qué le pasa a la gente con lo que hacemos, y no nos importa demasiado. Nosotros somos absolutamente felices. Saber y no saber tienen el mismo valor. Es un territorio de pura musicalidad, donde los errores no son ni bien ni mal recibidos, simplemente cuentan, y el espacio se disuelve. Mirá esta frase de un texto de Alfredo Prior, nuestro pintor cantante: “Mil trescientos tres, o mil trescientos uno más dos petonienses, sufrieron castigo y sarmiento en las nalgas y en las sienes”. Ésa es la literatura de la que te hablaba un momento atrás. Es mucho más que tomar un trago y hablar con alguien.


*****

El comienzo de Aiwa

"Quién fue el primer hombre en darse cuenta de que en la aldea había otro hombre con tetas, aparte de él mismo, es algo muy difícil de decir, pero es sabido que Houseman fue el primero en hablar del asunto. Esa tarde, como todas las tardes (como todas las mañanas, como todas las noches), hacía frío; siempre hacía frío, incluso en verano. Pero el frío de esa tarde era tan intenso que hasta se había instalado como tema. Ronco Matta era el único que hablaba de otra cosa. Parado en la calle, hablaba de todo y de nada –desde hacía ya una hora, a pesar del frío– con una chica que gustaba de él, y él de ella, cuando de pronto empezó a caer una lluvia finísima, invisible (invisible de no ser por el viento, que le imprimía la misma ondulación que al humo de las chimeneas), y se animó por fin a invitarla a toma algo en el bar de Houseman.
"Aiwa, así se llamaba la chica, estaba nerviosa. Tenía 18 años y nunca nadie la había invitado a tomar nada. (Y además se la veía venir: sería madre de muchos hijos y pasaría el resto de su vida allí). ¿Era el destino, que al fin se presentaba? Aceptó y fue callada, con la vista fija en el camino, cuidándose de resbalar. También Matta iba callado, pero mirando adelante, a lo lejos, como si buscara en la montaña qué decir; había hablado hasta por los codos, y justo ahora que le daba al encuentro con Aiwa la forma de una cita no se le ocurría nada. Ya en el bar, se quitaron las camperas y los guantes y él pidió ginebra. Aiwa hizo un comentario sobre unos carreteles de soga de nylon rosa exhibidos en la estantería detrás del mostrador, entre botellas de alcohol y bolsas de arroz; el comentario no tenía ninguna importancia, pero a Matta le sirvió para relajarse: las mujeres de la aldea hacían siempre alguna referencia al universo de las herramientas cuando uno hombre les interesaba. Empujó la silla hacia adelante y se acodó a la mesa. Casi en el acto la empujó hacia atrás, se levantó y le preguntó a Houseman si podía usar el baño.
"

3 comentarios:

Ramacciotti dijo...

No digo nada nuevo si digo que Bizzio me parece lo mejor que salió del ochentoso "Grupo Shangai". Mucho mejor que el más laudeado de ese grupo: Alan Pauls.
Guebel también me gusta mucho pero Bizzio supero el gusto: es un autor que no puedo imaginar que no existiera. Ha conquistado la imprescindibilidad.

Viendo que sos fanático de Bizzio, te hago una pregunta: ¿Cuál te parece su mejor libro?
Yo me acuerdo de una frase de Gazzera cuando salió "Chicos": afirmaba que el único cuento que valía la pena era "un amor para toda la vida" y que Bizzio tenía que continuar esa senda y dejarse de las payasadas aireanas anteriores. Muchos piensan lo mismo y por eso celebran "Rabia" y "Era el cielo" como las continuaciones de ese cuento final de "Chicos". A mi, personalmente, la mejor novela me parece "Aiwa" porque creo que es la resolución perfecta de todas la tensiones que se jugaban en "Chicos" como libro bisagra de Bizzio: la épica amorosa, las situaciones delirantes, el lenguaje de frases y procedimientos, todo decanta ahí en un- me gustó la frase y te la robo- "Realismo absoluto"
Habría que ver "El escritor comido". Es fascinante también pero no sé si a la altura de "Aiwa"
Como sea, no puedo imaginar qué será lo próximo que saqué Bizzio. Tengo la esperanza de que aún no haya escrito lo más potente...

David Voloj dijo...

La economía me ha dejado al margen de las lecturas de Aiwa y El escritor comido; no obstante, Bizzio tiene (al menos es el efecto en mí lectura) la capacidad de boicotear las expectativas, los preconceptos, eso por lo cual uno va y busca lo nuevo de un autor. Y ese boicot es siempre renovador, te parte la cabeza y, de pronto, cuesta entender cómo el mismo tipo pendula entre el delirio de Adios querida luna y el dolor de Era el cielo.
La entrevista, Diego, merece estar publicada. Es necesaria, por decirlo de alguna manera. Después opinaré con mayor conocimiento cuando Rama me facilite, a modo de préstamo, las 2 novelas en cuestión.

Diego Vigna dijo...

Hola Javier. Sobre tu pregunta del mejor libro, sinceramente creo que el espíritu que expande Bizzio, y lo que se desprende de su manera de “hacer”, medio que la neutraliza. No sé qué te parece, pero su "política" de producción, capaz, tiene como premisa la de evitar ese tipo de medida. Basta repasar los textos: el tipo busca correrse de libro a libro, parece ir narrando siempre “al lado”. Entiendo tu pregunta, que creo va más atada a esa región del gusto que se parece más al capricho, o más cerca de la necesidad de definición propia del fetiche, o sólo para tratar de “encimar” los libros, de ponerlos en vertical. Pero ¿te parece posible eso, vos que lo leíste? Puedo decirte que Era el cielo me parece una obra maestra. Bien. ¿Por qué? Por su potencia, por su inteligencia, por la imperfección. ¿Pero no me sirve para sus otros libros? Sí. Desde mi lugar, la noción de “mejor” en la obra de Bizzio está tan disgregada como sus fines. Y lo que dice Gazzera es entendible, más allá del pozo en el que cae por esa necesidad de buscar extremos. “Un amor para toda la vida” no es el único cuento de Chicos, pero sí es otra obra maestra. La veta más anclada al realismo de Bizzio me produce alegría y admiración. Lo mismo que el desbarranque controlado. Era el cielo, Rabia, En esa época, varios cuentos de Chicos, muchas partes de Realidad, mucha angustia de I Albino, el último capítulo de El escritor comido, Aiwa, me produjeron alegría y admiración. Y sobre lo que decís de Chicos como un libro bisagra, mmm, depende para qué. Fue un libro editado en un momento particular, en el mejor momento de una editorial, con determinadas condiciones de recepción: más allá de la genialidad del texto, también invoco la genialidad de editor. La bisagra entonces tuvo que ver con un movimiento de renovación mediática, no de presentación del tipo. Antes era tan conocido como después: sólo fueron inteligentes (todos) para renovar. Y las tensiones que aparecen ahí, si te fijás, y que encontrás bien reunidas en Aiwa, ya estaban antes: el realismo perro y dramático está en Infierno Albino, lo delirante está en Planet y En esa época, en muchos poemas. En definitiva, hasta ahora lo más raro me parece que es, fijate vos, su primera novela, El divino convertible.

David, cómo va? Está bueno lo que decís porque, en relación con lo anterior, a mí me pasa algo distinto. Libro a libro fui sintiéndome un gil con mis preconceptos a cuestas, previo a la lectura de Bizzio. Ya no le encuentro sentido a otra expectativa que no sea la de abrir el libro y leer, y punto. No tengo expectativa contaminada, tengo expectativa pura. Comparto lo que decís sobre lo renovador: eso sí me pasa. Pero no espero nada. Después de Rabia no esperé nada más, sólo leí. La obra de teatro que citás se llama Gravedad: es el mismo núcleo, pero Adiós querida luna es la adaptación al cine. Gravedad salió por B. Viterbo, creo. Y gracias por lo que decís de la entrevista. No creo que se trate de merecimientos, igual; por cosas que desconozco esto no salió y para ver la entrevista en un archivo en la compu, preferí ponerla acá. Que de hecho es publicarla. Así que si merece estar, ya está! Ya está publicada. Si podés leé las últimas novelas porque valen la pena, más allá de si te gustan o no. Me parece que ahí está la posta. Lograr que los libros valgan la pena al margen del juicio posterior.

Salutes